Y he observado todo cuanto se hace en esta vida,
y todo ello es absurdo,
¡es correr tras el viento!
Eclesiastés 1,14
En donde hay muchos sueños,
Allí están la vanidad y mucha palabrería;
Muestra temor a Dios!
Eclesiastés 5,7
1
“¿Vas a volverla a ver?“
Él ya se había levantado y miró hacia atrás. Con los ojos aguados ella repitió la pregunta.
“¿Vas a volverla a ver?“
Su voz tembló.
“Eres repugnante. Un monstruo egoísta. Vivir contigo es realmente un infierno.“
Las palabras de ella, como flechas venenosas lanzadas tras de él, rebotaron en él sin efecto. Hubo épocas en las que lo hirieron profundamente.
”¡Clemens, contéstame! No puedes escabullirte. Así no.“
Sin decir una palabra dejó que la puerta se cerrara tras de él. Cuando se subió al carro, la sombra de ella se veía tras la cortina.
Algo lo impulsó a irse.
2
La emisora de música clásica transmitía la suite para violonchelo de Bach, la suite número 1 en sol mayor, BWV 1007. La tercera pieza, Courante, había acabado de comenzar. Él amaba la suite por encima de todo. El sonido de los viejos altoparlantes era miserable. Conocía la pieza musical de memoria. Entre un tacto y otro algo se desplegó en él.
Por un momento pensó en sus altoparlantes brillantes. Los había dejado en la casa. Dentro de poco iría a buscarlos. Eso era seguro. Los pensamientos se le escapaban con cada pasada del arco.
Una luz deslumbrante en el espejo retrovisor los sacó de otro mundo. Asustado pisó el pedal del acelerador y soltó el embrague un poco pronto. El vehículo dio un brinco y se apagó.
Casi con pánico tomó la llave de encendido y la giró bruscamente. El motor rugió nuevamente. Se alejó. El carro detrás de él se detuvo. Eso lo pudo reconocer en el espejo retrovisor. Apenas en ese momento se dio cuenta que se había pasado el semáforo en rojo.
No encontró el regreso a la suite, la cual estaba en la pieza principal, Sarabande. En vista de ello apagó el radio. Lo que quedó fue la ligereza de unos breves momentos. Él dio un suspiro de alivio.
Cuando tomó la salida a la autopista, comenzó a aplaudir. Así como si quisiera felicitarse a si mismo. Había escapado a una situación inaguantable. Mentalmente presente había agarrado la chaqueta. En ella se encontraban su billetera y el monedero, como pudo comprobar aliviado mucho más tarde.
Condujo sin rumbo. Una salida tras otra pasaba por su lado apresuradamente sin ser percibida. Su estado de ánimo mejoró, mientras que su alrededor cada vez se tornaba más gris. Había comenzado a amanecer.
La iluminación de la aguja del combustible lo arrancó nuevamente de sus pensamientos. La adrenalina se disparó por su cuerpo. No me puedo varar, pensó casi con pánico. Aliviado vio luego de algunos kilómetros el aviso de la próxima estación de gasolina. Entro al área de descanso sin nombre para él, echó gasolina y se aprovisionó de agua y un emparedado fofo, del cual dispondría asqueado en la caneca más cercana antes de subirse al carro. No tomo nota de las personas que estaban haciendo fila con él para la caja. Èl no las veía y ellas no lo veían.
Una pista de asfalto lo había llevado hacia otra realidad. Una realidad que ya no era la suya.
Se apuró de regreso al carro. Los pasantes lo miraban irritados. ¿Lo consideraban un fugitivo? Salió disparado del estacionamiento con llantas chirriantes.
Los tentáculos del pasado trataban de capturar su memoria. Evaluó tomar la próxima salida para devolverse. Todavía estaba a tiempo para mantener el daño en el límite. En pensamientos abrió cuidadosamente la puerta, casi sin hacer ruido, como lo hacía siempre que tenía que esperar lo peor. Se escuchó decir: “Aquí estoy de nuevo. Lo lamento, fue desconsiderado de mi parte. ¡Perdóname querida!”
La confusión interior no duró más de lo que se demora un pestañeo. Comprendió la situación rápidamente y la descartó velozmente. No hubo vuelta atrás esta vez.
En la luz de los faros surgió el primer letrero que percibió conscientemente. Estaba de camino al sur. Eso estaba bien. Mentalmente siguió el recorrido del camino hasta la frontera. Podría dejarla atrás en tres horas sin interrupciones. Tal vez iría a un lugar que conocía justo detrás de ella. Allí había una pequeña hostería.
Cuando encendió la radio se escuchaba música de piano. Tenía que ser Schumann. El sonido lo transportó, mientras duró la pieza, a un estado de ánimo casi eufórico. Sus dedos intentaron imitar el transcurso de las notas en el volante. ¿No debería darse la vuelta después de todo? Los pasajes melancólicos de la pieza lo hicieron respirar con dificultad.
De pronto apareció delante de él un carro con focos iluminando agitadamente. Giró el volante violentamente hacia un lado. Le costó trabajo mantenerse en el carril. Obviamente se había convertido en un obstáculo luego de la maniobra de adelantamiento. La mirada al velocímetro le mostró el por qué.
En la siguiente salida siguió el letrero de un motel. Un poco mas tarde estaba acostado en la cama mirando el ventilador en el techo. Cerró los ojos y se durmió inmediatamente.