¿Hay algo de su vida que usted quiera compartir conmigo? La mujer me mira sonriendo. La psicología no me va, por eso me hago la desentendida y miro por la ventana. En el jardín de la institución se ven unos locos paseando. Yo no estoy loca. No soy ninguno de esos psicópatas allá afuera. A mi no me tienen que cuidar. Yo misma lo puedo hacer muy bien. Señora Carlo, usted intentó quitarse la vida. Usted entenderá, quiero tener otra perspectiva de su estado. Yo me levanto de un salto. Todo pasa muy rápido. La psiquiatra está completamente sorprendida. La tomo del cuello y empiezo a apretar. Cada vez más fuerte. Ella casi no se defiende. Sus ojos están a punto de salirse de las órbitas, solo entonces la suelto. Señora Carlo, ¿me comprende? Usted parece tan ausente. ¿No se siente bien? La doctora Maschwitz sigue sonriendo. No parece afectada. Miro su cuello. No hay huellas de ahorcamiento. ¿Estoy a punto de enloquecer? Nerviosa, paso mis manos por el cabello. Disculpe ¿Qué fue lo que dijo? Tome primero un sorbo. Usted está muy pálida. ¿No se siente bien? ¿Quiere volver a su habitación? Yo niego enérgicamente con la cabeza. Avíseme si le parece demasiado. Comencemos nuevamente nuestra conversación. Asiento con la cabeza. Le pedí contarme algo de su vida. Indiscriminadamente, cualquier cosa, para poderla conocer un poco. Antes alguna vez me gustaron los caballos. Incluso tuve clases de equitación. Me hubiera gustado tener mi propio caballo, pero para eso no había dinero. Cuando mi padre nos abandonó, se acabó el dinero para las clases de equitación. Desde entonces no he vuelto a montar a caballo. ¿Desea contarme algo más sobre su pasión por los caballos? ¿O contarme más sobre su padre? Sobre mi viejo no hay nada que decir. Es un cerdo. Cuando nos abandonó hubiera debido matarlo. Con el cuchillo. Destirparlo mientras duerme. ¿Cómo pudo preferir a otra mujer que a mi? ¡Que quiere decir con preferir? Hice todo por el. Cuando mi madre no quiso saber nada más de él, yo estuve ahí para apoyarlo. Todas las noches cuando llegaba de trabajar, le serví una fría. ¿Cerveza? Que otra cosa podría ser. Entonces hablábamos sobre lo ocurrido en el día, a veces me ayudaba con las tareas o jugábamos una ronda de scrabble. Generalmente me dejaba ganar. Él era mi héroe, mi todo. ¿Y muchachos? Yo no quería saber nada de muchachos. Ninguno hubiera sido como él. Simplemente un héroe. Hasta ese día en que yo regresaba de mi clase de equitación cuando me lo encontré en la calle con una maleta y me dijo que se iría de viaje de negocios por unos días. Se veía cansado. Después de dos semanas aún no había regresado. Mi mamá callaba y no pude sacarle nada a mi hermano mayor. Lentamente comprendí que él no regresaría nunca. Unos meses después lo vi desde lejos sentado en un café con otra mujer. Espontáneamente sentí náuseas y tuve que vomitar. Cuando llegué a la casa le hice un escándalo a mi mamá. La amenacé con abandonarla tal como lo había hecho mi padre. ¡Dime a dónde se fue, ese cerdo! Le grité. Ella me entregó un papel en dónde estaban anotados la dirección y el número telefónico. Lo estuve espiando por un tiempo, lo perseguí. Noche tras noche maquiné planes para asesinarlo. Un día lo aceché con un cuchillo delante de su nueva casa. Estaba dispuesta a atacar. No sé qué fue lo que me lo impidió finalmente. Mi padre mi miró estupefacto. Frida, fue lo único que pudo decir, mientras agarró mi mano para quitarme el cuchillo. Me fui por unos días de la casa. Era verano. Dormí en algunas bancas del parque. Hasta que conocí a Mattes. ¿Cuántos años tenía usted? Tenía alrededor de catorce años. Quería quitarme la vida, ya no podía más. Mattes me salvó de saltar al vacío. Fuimos pareja. Él fue mi primer hombre hasta que también desapareció. Yo me hubiera ido con él a cualquier lugar. Usted todavía era bastante joven. ¿Usted quiere decir demasiado joven? Eso lo dice usted. ¿Según su opinión cuándo se es lo suficientemente viejo para vivir y para morir? La psiquiatra no contesta directamente. Golpe certero. La puse a pensar. ¿Cierto? Ella me mira indiferente. ¿No puede o no quiere? ¿qué opina usted? Responda. Por principio no contesto preguntas personales a mis pacientes. Usted se cree mejor que los demás, doctora. Eso usted lo puede ver como quiera. La distancia en temas personales hace parte de comprender mi trabajo. Usted está aquí para que yo le ayude. No al contrario. Con que así es. No me acuerdo de haberla consultado. Digamos que no tuve otra elección que aparecerme aquí. Finalmente depende de usted, si salgo y cuando voy a poderme ir de esta casa de locos. Usted lo dice. Así que no perdamos el tiempo con cualquier pelea simulada. ¿O es ese su deseo? Creo que tengo algo para usted. Pero solo si usted está dispuesta. Tengo curiosidad, de saber qué se propone la doctora. Adelante. Me lleva a otra sala de terapia que está completamente vacía. Me llama la atención que las paredes están forradas con colchones de espuma. ¿Puedo desahogarme? No del todo. La invito a luchar conmigo. Usaremos estas espadas de espuma. No nos producirán heridas a ninguna de nosotras mientras que respetemos las reglas del juego. ¿Las que son? A ninguna de nosotras se le permite un golpe en la cabeza o en la zona íntima de la otra. Yo acepto. ¿Por qué quiere luchar? Si gano salgo de aquí hoy mismo. Eso no puede ser. Debe pensar en algo distinto. Bien, luchemos por el respeto mutuo. La doctora me entrega la espada color rojo fuego y me muestra la empuñadura. La balanceo de lado a lado. Es ligera, muy ligera y flexible. Al inicio de la primera ronda de nuestra lucha, hacemos una venia. Yo ataco de una vez. La doctora frena los lances con destreza. Entonces me da la espalda. Yo dudo. Me siento inhibida. Vamos, atáqueme. La adrenalina se dispara hacia mis extremidades. Como una salvaje la ataco una y otra vez. Ella no muestra oposición. Me salgo de mis casillas y pongo toda mi fuerza en mi siguiente golpe. Ella me evade y caigo al suelo. Me golpeo fuertemente en la cabeza. Debí de haber perdido el conocimiento por un momento. ¡Señora Carlo! Aturdida abro los ojos y veo una cara preocupada. ¿Qué paso? Usted cayó al suelo en nuestra lucha. Usted me atacó como poseída hasta que yo la evadí y usted perdió el equilibrio. Por hoy es suficiente. Continuaremos nuestra lucha en otra ocasión. ¿En dónde está mi padre? Su padre no está aquí. Pero me pareció que si. Voy a llamar a alguien que la lleve de vuelta a la unidad. Mi cráneo zumba. Por ahora descanse. Voy a informar sobre lo que pasó. Si no se le quita el dolor de cabeza, debemos consultar a un médico. No es tan grave. Soy fuerte.