Ya pasó un año desde el corto paseo en la densa ventisca de nieve. Estoy en donde siempre he estado. Días interminables están detrás de mi. Días que no tienen fin, algunos que no quieren ni si quiera comenzar. Mis colores me siguen acompañando como siempre. Sólo de vez en cuando despliegan su luminosidad. Su brillo se parece más a una papilla indefinible, que se pierde en tonos color tierra y cada vez son más oscuros, casi negros. Las muñecas de mis manos están adornadas con dos feas cicatrices. Un recuerdo de días oscuros en los que el color café se iba tornando cada vez más en un tono gris y finalmente le dio paso a un negro sin luz. Traté, de una forma desacertada, de escapar de la disonancia de los pensamientos y sentimientos que me llevan al abismo. No lo logré. La enfermera Carmen me encontró demasiado pronto. La vida no había salido completamente de mi. Una vez mas desapareció lo que otros llaman recuerdo. Una clara conciencia de aquello que había sucedido. Se sumergió en la profundidad. En un lugar del que hasta hoy espero que permanezca cerrado para mi. Ya no creo que sea útil atraer a todos los abismos de la existencia a la superficie, como le encanta llamarlo a la señora doctora, para luego dejarlos atrás. Olvidar tiene su lado bueno. Reacciono cada vez más irritada, cuando la señora doctora intenta, elocuente como es, de sonsacar mi subconsciente. Nos seguimos viendo regularmente. Como antes de aquel día en el que luché con el cuchillo desafilado por penetrar en mi interior. Algo se interpuso entre nosotras desde aquel tiempo. Su mirada se ha vuelto indiferente. A nuestras conversaciones le falta la ligereza. Su mordacidad, su agudeza de ingenio y su suave empatía, su tozudez. Parece que se cansó de mi. ¿Le soy molesta? Ya casi no logra mirarme. Sus palabras ve volvieron frases retóricas. Mientras habla mira incesantemente por la ventana. Su voz suena monótona, casi mecánica. ¿No se siente bien? Le pregunté hace algún tiempo, me miró sorprendida. De manera corta, muy corta. Luego volvió a mirar por la ventana al cielo gris otoñal. Como me siento no es relevante respondió de manera tosca. Pero. Ningún pero. Usted no está concentrada. ¿Concentrada? Usted no me escucha. La conversación terminó de forma abrupta. Me enviaron a mi habitación como a una niña pequeña. ¿Por qué estoy aquí? Un día empaqué mis pertenencias. Estaba dispuesta a darme de alta a mi misma. Deseaba irme, sin saber a dónde. En la portería no pude pasar. La señora doctora me hizo llevar de vuelta a mi habitación. Alwine me alcanzó una taza de té. Eso te va a ayudar. ¡Simplemente déjame que me vaya! No quiero estar más aquí. Sin responderme salió de mi habitación y cerró la puerta con llave. El mundo se alejó de mi. ¿O soy yo quien se distanció? No lo puedo decir. Rara vez logro un pensamiento claro. En los últimos meses perdí mucho peso. La piel cuelga de mi cuerpo. Evito mirarme al espejo. Parezco no existir para los demás pacientes. No me determinan. Ni una palabra. Ni una mirada. Por qué seguir siendo, si ser consiste en no ser. Por días y días no logro salir de la cama. Dejo las pesadas cortinas cerradas. Halo la cobija por encima de mi cabeza. Me escondo. Trato de dejar de respirar. Vuelvo a tomar aire con fuerza. No puedo dejar de ser. Miro mis cicatrices y deseo la muerte. Por qué es tan difícil no ser. El miedo a las tormentas hacía que anteriormente la noche se convirtiera en día, no me dejaba dormir ni encontrar tranquilidad. Hoy es la vida la que me agita. La que me da miedo. Una vez, solo una vez poder respirar libremente. Sentir tensión en las extremidades. Emprender camino llena de confianza. Ir para adelante es un futuro incierto. Llano de esperanza. Por qué la felicidad es de esos compañeros inestables de la vida que no está en donde estás, pero puede estar en donde no estás. ¿Como describirías tu sentido de la vida? La señora doctora está sentada frente a mi. Hace mucho que me volvió a mirar. Sostiene mi mirada. Miro como a través de un vidrio ustorio. Labios gruesos e hinchados se mueven. Ojos sobredimensionados me miran. ¿Qué? Aprieto los ojos. Trato de concentrarme. Cuando vuelvo a abrir mis ojos estoy sola. La silla de enfrente está vacía. ¿Señora doctora? No hay respuesta. Miro a mi alrededor con pánico. Un matorral de árboles y arbustos me rodea. Estos se vuelven personas. Seres humanos que pasan rápidamente por mi lado sin tomar nota de mi. Soy empujada al suelo. Antes de que puedo levantarme, otros pasan por encima de mi. Siento patadas en mi estómago. Me encorvo de dolor. Grito. ¡Klara! ¿En dónde estás? ¡Aquí, aquí! ¿Ahora puedes contestarme? ¿A qué? Te pregunté por tu sentido de la vida momentáneo. Aprieto mis puños. Estoy tirada en el suelo. La vida me escruta. Uno, dos, tres. ¿Con quién peleas? Es lo que dije. No lo escuché. ¿Puedes repetirlo para mi? Peleo conmigo misma. Me odio. Si yo no existiera me sentiría… Mejor. ¿Es eso lo que quieres decir? Tonterías. Si yo no existiera… no podría sentir lo que estoy sintiendo. Ser y no ser nunca se encuentran. Mientras yo sea, no puedo huir del no ser. Así es como se podría decir. No existe un ser fuera del ser. ¿Es eso lo que me va a levantar? Ya escucho el ocho del árbitro de la pelea. Suficiente tiempo. ¿Para qué? Para levantarte de un brinco. ¿Y luego? Mostrarte a ti misma que aún vives. ¿Por qué debería? Todo sigue siendo como es. Un solo abismo. Por encima del cual puedes pasar. Me falta la fuerza. Entonces date la vuelta y toma otro camino. También entonces estaré en camino con mi peor adversario. No puedo huir de mi misma. Y esto es para mi una maldición más que una bendición. Te haces pequeña. Así me siento. Pequeña e insignificante. ¿Siempre? No siempre pero con demasiada frecuencia.