Por lo tanto, si alguno está en Cristo,
es una nueva creación.
¡Lo viejo ha pasado,
ha llegado ya lo nuevo!
2 Corintios 5,17
Nos gustaría comenzar de nuevo en estos días. Queremos al fin regresar completamente a nuestra vida cotidiana habitual. Continuar en donde tuvimos que parar hace semanas. Y sin embargo sospechamos que esto no es o mejor, no será del todo posible. Mientras tanto han ocurrido demasiadas cosas. Han pasado cosas que probablemente han cambiado la vida de manera persistente.
Una vida perdida no regresa… y una insolvencia no se transforma fácilmente en algo que no ocurrió así las ayudas estatales sean las mejores… A los alumnos y alumnas no les resulta tan fácil regresar a la vida escolar cotidiana… Esto y otras cosas más han cambiado… Y echemos un vistazo a nosotros mismos, a donde quiera personalmente, cuando hemos tenido mucho tiempo para pensar en las últimas semanas y ahora nos damos cuenta de que no es solo nuestra vida externa lo que ha cambiado.
A personas como nosotros, que entran en una crisis, nos une el deseo de dejar atrás lo que nos atormenta. Queremos desprendernos de ello como nos quitamos un vestido viejo… tomamos un vestido nuevo y fino para así comenzar el tiempo nuevo.
Quien vive con Cristo es una persona nueva. Ya no es el mismo porque su antigua vida ha terminado. ¡Una nueva vida ha comenzado!
¿Es así? De eso se trata en esta mañana.
La vida fue a tierra,
Y comenzó a correr
Apoyada en aletas
Como con muletas
Desde el agua limitada
Al aire ilimitado
Cuando una laguna se seca
Se sobrevive
Caminando hacia otro estanque
Y así las aletas se convierten en pies.*
Queridos hermanos,
Esto lo escribió hace poco el fallecido Ernesto Cardenal en su libro de poemas “Algo que vive en el cielo”.
Él sigue el secreto de la vida y, por lo tanto, el secreto de todos los procesos de cambio.
Hace mucho que sabemos que todo tiene consecuencias, que todo es misterioso y tal vez nunca se pueda descifrar hasta lo último, pero si que todo está conectado.
Si algo cambia alrededor de nosotros, decimos: el tiempo se encuentra en una transformación. También podría hablar de un cambio constante.
Hasta hoy el ser humano es un animalito de supervivencia. Algo en nosotros nos hace luchar por ello, a veces con consecuencias catastróficas para otros.
Si nosotros no podemos continuar con nuestras aletas – para continuar con la imagen de Cardenal – vamos a tierra. Nos nacen pies y cambiamos nuestras maneras de movilizarnos. En eso siempre hemos sido muy ingeniosos. En la amplia creación no estamos solos.
Sigamos mentalmente este principio original del ser, entonces comprendemos rápidamente por qué no podemos cambiar el mundo en unas pocas semanas. Por qué los cambios son tan difíciles, no solo dolorosos.
Las aletas que dejamos atrás en algún momento no se pueden volver a tener tan fácilmente. Eso también tomaría mucho tiempo. Más tiempo del que podría proporcionar nuestra vida.
Cuando algo se vuelve nuevo, o dicho de otra manera, cuando algo nuevo sale de algo pasado, entonces se vuelve difícil o casi imposible restaurar un viejo estado. Eso tiene sentido, ¿Cierto?
Y sin embargo creemos en estos días que justo eso es posible. Después de abandonar la vida cotidiana, hay un retorno a la vida cotidiana. Si hiciéramos una película entonces simplemente cortaríamos la secuencia que no es útil. Eso fue.
En el fondo sabemos que eso no va a funcionar así. Así no va a suceder.
Quedémonos en la imagen de la formación y el desvanecimiento. Con todo lo que cambia siempre queda algo. En todo lo nuevo hay algo de todo lo pasado. Nada puede ser completamente nuevo. Pero nada puede nunca desvanecerse completamente.
Poéticamente como Cardenal, podríamos decir: Algo, de lo que habita en el cielo, permanece. Permanece en nosotros y en todos los cambios que atravesamos. ¿No es eso maravilloso?
“Yo soy la vid y vosotros las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto.” Así lo dijo Jesús alguna vez a su manera.
Permanecer en lo divino, promete cosas buenas para nuestro presente. Estamos invitados, con todo lo que siempre ha cambiado y lo que va a cambiar en el futuro, a aferrarnos al principio original divino, como lo quiero llamar. Así permanecemos en Dios y Dios en nosotros.
Detrás del horizonte de nuestra realidad en el día de hoy, nos espera otra, ya en este momento. Cuando la niebla se despeja y nuestra vista es clara.
Nosotros los humanos y toda vida somos las buenas semillas de Dios en un mundo que cambia constantemente. Cuando esta semilla crezca, no debemos tener miedo. Ni siquiera frente a un presente que está a punto de caer sobre nosotros y amenaza con arrastrar con todo.
¿No es esta una razón para regocijarse?
¡Jubilate! (en latín: celebrar con júbilo)
Amén.
Nahbollenbach, 03.05.20
* Ernesto Cardenal, Algo que vive en el cielo, Wuppertal 2014, Pág. 71.