
Sermón para el domingo Reminiszere
La Epifanía – ciudad de Guatemala
28 de Febrero 2021
Proverbios 8, 23.29-31
23 Fui establecida desde la eternidad, desde antes que existiera el mundo. 29 cuando señaló los límites del mar, para que las aguas obedecieran su mandato; cuando plantó los fundamentos de la tierra, 30 allí estaba yo, afirmando su obra. Día tras día me llenaba yo de alegría, siempre disfrutaba de estar en su presencia; 31 me regocijaba en el mundo que él creó; ¡en el género humano me deleitaba!
Queridos hermanos,
La sabiduría rodeó desde el principio al Eterno, al Creador, aquel, en cuyas manos todo poder estuvo y está unido, aquel que con su palabra creó todo de la nada.
Que la sabiduría estuvo presente desde el comienzo, se puede ver como un sello de calidad. Así, todo lo que se fue llamado a la vida pudo recibir una muy buena calificación.
A comienzos de los años 90 cursaba el debate por la igualdad de género. Una declaración era rumoreada por las mujeres: cuando Dios creó al hombre, todavía estaba practicando.
Seguro que eso no fue así. La sabiduría hubiera tenido algo en contra de ello. Expresamente dice al final del sexto día de la creación: Dios miró todo lo que había hecho, y consideró que era muy bueno. Génesis 1, 31
Pero volvamos a nuestro texto de hoy, al libro de los Proverbios. Mientras Dios crea la Tierra, la sabiduría está presente. Ella explora de manera juguetona todo lo que surge. Me parece como si fuera un tío preferido, demasiado inocente, dispuesto para cualquier broma, como una tía preferida, que con mucha alegría no encuentra fin en los juegos y se olvida de todo lo demás.
¿Estamos muy viejos para jugar? ¿Cómo sería si pudiéramos ver al mundo como un salón de juegos? Nótese que la sabiduría está presente. ¿Entramos al mundo del juego que no conoce ni límites ni bloqueos?
Es como antes, cuando jugábamos parqués (en alemán: ser humano, no te enfades). Regularmente nos sacaban de la tabla de juego y teníamos que volver a comenzar y esperar el próximo seis. Algunas lágrimas corrieron. Algunos arranques de rabia fueron difíciles de dominar. Nuestro juego no tenía límites y nuestro dado era mágico. Nadie más tenía permiso de jugar con él.
Es como antes, cuando jugábamos Monopolio con nuestros hermanos. Interiormente dábamos brincos en el aire, cuando lográbamos llegar de primeras a la calle del parque o a la avenida del castillo. Solo en el transcurso de los años tuvimos claro que también se puede ganar dinero con los hoteles en la calle de la torre y la calle del balneario. No nos gustaba terminar en la cárcel. Algo aprendí en esto de verdad: también los desvíos llevan a la meta.
Es como antes cuando jugaba al ajedrez con mi tío Willy. Hasta que comprendí cómo se mueven las diferentes figuras por el tablero, estuve por primera vez en jaque mate. Mi tío siempre estaba muchos pasos adelante de mi, porque en su cabeza ya estaba ideando el próximo. Yo me quedaba en el aquí y ahora y pronto volvía a escuchar jaque mate. Me enseñó a mirar un poco más allá, a mirar por encima de lo que estoy viendo o entendiendo. Y finalmente: es como antes cuando armaba rompecabezas. En eso fui, no, lo soy hasta hoy: difícil de superar. 500 piezas alcanzaban solo para la noche de Navidad. A veces los trofeos colgaban pegados con un pegante especial en la pared. El armar rompecabezas me enseñó: una imagen se compone de muchas partes individuales. Cuando falta una, la imagen no está completa. Una desventaja: hasta el día de hoy, apenas puedo manejarlo cuando las piezas del rompecabezas de la vida desaparecen.
De repente algo se contrae dentro de mi. Es como antes, cuando en las vacaciones con los niños jugábamos al Tour de Francia. Con etapas de verdad y equipos reales. Nadie quería tener a Lance Armstrong. Y a Jan Ulrich solo uno lo podía tener. El tiempo de vacaciones apenas alcanzaba para lograr las diez etapas hasta la meta en París.
A veces anhelo volver atrás a las largas tardes de juego en los que nosotros los niños estábamos sentados alrededor de la mesa en donde los abuelos, y olvidábamos todo a nuestro alrededor hasta que se escuchaba la voz de mi abuela: “¿Ninguno de ustedes tiene hambre?”
Hace tiempo sé que la vida puede ser muy dura, algo muy distinto a un juego divertido. Pero justo en los momentos en que la nuca se vuelve a tensionar, en que la espalda vuelve a doler, quiero dejar todo de lado y salir corriendo hasta la mesa de juegos más próxima, en la que ya me esperan caras alegres.
Me imagino, no, estoy seguro, que antaño aprendí mucho en los juegos. Son y serán inolvidables los innumerables juegos en el jardín de patio de mis abuelos. Nos podíamos esconder tan bien detrás de los gruesos árboles, hasta que fueron cortados porque tenían que construir un parqueadero subterráneo. Luego de eso no volví a pisar nunca el jardín de patio.
Y la sabiduría de verdad siempre estuvo presente. Aprendimos que ganar no lo es todo, cuando un amigo no se podía calmar del dolor que sentía por su fracaso.
Era divertido jugar. También sin computador ni celular. No me he perdido de nada. Fui feliz. Fue un tiempo maravilloso y divertido.
Fue, no, todavía lo puede ser. ¿Por qué no? Me acabo de dar cuenta que no juego casi nunca. Y eso que la sabiduría me invita. ¡Vamos! ¡Vamos a jugar!
Amén