
Sermón del 4. Domingo de la Trinidad
La Epifanía – Ciudad de Guatemala
27 de junio 2021
Pastor Thomas Reppich
Génesis 50, 15-21
15 Al reflexionar sobre la muerte de su padre, los hermanos de José concluyeron: «Tal vez José nos guarde rencor, y ahora quiera vengarse de todo el mal que le hicimos.» 16 Por eso le mandaron a decir: «Antes de morir tu padre, dejó estas instrucciones: 17 “Decidle a José que perdone, por favor, la terrible maldad que sus hermanos cometieron contra él.” Así que, por favor, perdona la maldad de los siervos del Dios de tu padre.» Cuando José escuchó estas palabras, se echó a llorar. 18 Luego sus hermanos se presentaron ante José, se inclinaron delante de él y le dijeron: —Aquí nos tienes; somos tus esclavos. 19 —No tengáis miedo —les contestó José—. ¿Puedo acaso tomar el lugar de Dios? 20 Es verdad que vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios transformó ese mal en bien para lograr lo que hoy estamos viendo: salvar la vida de mucha gente. 21 Así que, ¡no tengáis miedo! Yo cuidaré de vosotros y de vuestros hijos. Y así, con el corazón en la mano, José los reconfortó.
Queridos hermanos,
“En algún momento todo saldrá a la luz”, se dice. ¿Nos impide este discernimiento esperar justo lo contrario? Sabemos lo que hicimos. Si, incluso aquello en lo que somos culpables.
Y sin embargo muchas veces nos parece más fácil hacer de cuenta que no pasó nada. Las cosas nos dan la razón. Todo va bien para nosotros aunque los caminos no hayan sido siempre limpios para llegar allí. Y pasan los años sin que algo salga a la luz.
Lo que significa no revelar todo, eso lo están viviendo todos los candidatos principales de la campaña electoral federal en Alemania. Cada intento de callar cosas, es descubierto por el periodismo investigativo. Está bien así, pienso yo, cuando la prensa y los medios se concentran en su misión más importante y nos informan.
Pero en lo privado esto no es diferente. Los caminos de traer algo a la luz, sin embargo, muchas veces son más complicados. Casi no existe una instancia independiente, nadie que pudiera decir que callamos algo porque aún sacamos provecho de una que otra verdad. Es una de las razones por las que los diferentes puntos de vista y opiniones son a menudo tan irreconciliables, los contactos se rompen y las familias experimentan una profunda brecha difícil de reconciliar.
Pero qué pasa si eso que ocurrió es tan inequívoco, como aquello que le pasó a José con sus hermanos. Sus hermanos lo saben y temen algo malo. No intuyen nada bueno, porque el recuerdo de su maldad, el intento de homicidio contra su hermano, están omnipresentes.
La respuesta que José les da a sus hermanos, cuando ellos se arrodillan arrepentidos y piden perdón, nos sorprende.
“¡No temais! ¿Puedo acaso tomar el lugar de Dios? Es verdad que vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios transformó ese mal en bien”
José muestra un gran corazón. Su reacción es previsiva. ¿Debería un pueblo luchar entre sí? ¿Debería buscar venganza?
Es interesante como José expande el horizonte de la contemplación. Él ve muy bien la injusticia que le ha sucedido. También ve el camino equivocado que podría tomar si se guiara por el antiguo principio de “ojo por ojo, diente por diente”. Él intuye la espiral de violencia en la que se involucraría si insistiera en su derecho.
“Dios tenía la intención de hacerlo bien.“
Así de sencillo y fácil es para José. A pesar de todo le fue bien. Entonces, ¿por qué debería jurar venganza?
Sin embargo me parece que el factor decisivo para que José ceda es que los hermanos admiten su culpa.
¿Cuánta sinceridad puedo permitirme? Esta pregunta parece ganar cada vez más y más importancia sobre todo en tiempos de los medios tecnológicos. ¿Puedo incluso hablar de mi propia culpa? ¿De verdad es aconsejable actuar de esa manera cuando la propia confesión va a servir para desacreditarme públicamente?
Mientras las cosas estén a mi favor, tal vez sea más recomendable de abstenerme de hacer confesiones sinceras de culpa.
Sin embrago vemos en el ejemplo de la historia de la familia de José, que esto representa una carga pesada para la paz familiar. Más aún, trae tras de si una cadena de acciones indecibles, de las que muchas familias no van a poder reponerse.
Me he preguntado algunas veces, qué hubiera ocurrido si los hermanos de José, en vez de arreglar el conflicto con el hermano menor con un asesinato malicioso, hubieran buscado confrontarse con él.
Los celos entre hermanos son un tema antiguo, muy antiguo. El esfuerzo de todos los padres, de tratar a todos sus hijos por igual probablemente tiene que fallar desde el principio, porque no todo hijo y toda hija son iguales.
Curiosamente se puede comprobar, que muy rara vez se habla de ello. La historia de José nos anima a atrevernos. Si hablo abiertamente sobre mis celos, entonces ya no tengo que esperar oportunidades que me ofrece la vida para mostrarles a otros lo malos que son o lo equivocados que están.
Hagámoslo como los hermanos de José y hablemos sobre la injusticia, tanto sobre la real como sobre la que solo nosotros sentimos.
Y seamos como José, quien indulgente extiende la mano y se concentra en lo común. La Paz familiar, si, la paz de pueblos enteros, tal vez incluso la paz mundial en conjunto, dependen de ello.
Estamos acostumbrados a que antes de elecciones, para volver a poner el ejemplo, nos dicen mentiras. Equipos completos de consultores no hacen más que que advertirles a los candidatos que no hablen con demasiada claridad. Lo que vale es ganar las elecciones y cualquier medio es válido.
“Yo no soy tonto”, podrá pensar más de uno y nombrar el miedo a las consecuencias como la motivación de su propio silencio.
Es bueno recordar que se puede manejar de otra forma. Que la verdad que expresamos no es tonta, sino que puede abrir el corazón de otro. Muchas veces escuchamos decir en peleas verbales “¿Por qué no fuiste sincero?” Cuando el silencio destapa la propia culpa. Entonces aceptar la propia culpa, es demasiado tarde para algunos.
Aparentemente los hermanos demostraron comprensión y hablaron valientemente sobre su culpa. Hagámoslo como ellos. Seamos valientes y demostremos, de ser necesario, la generosidad de un José, que a pesar de todo el dolor por el propio destino vivido, no perdió de vista el todo.
Ahora es el día de preservar la vida.
Amén