
Sermón del 8. Domingo después de Trinitatis
La Epifanía – Ciudad de Guatemala
25 de julio de 2021
Pastor Thomas Reppich
1. Corintios 6,9-14.19-20
Queridos hermanos,
¿Con qué frecuencia deseamos un mundo diferente?
Un mundo sin esas catástrofes naturales que ocurren una y otra vez como hace poco en varios lugares de Alemania.
Un mundo que permite que los humanos vivan en paz y en justicia.
Un mundo que sabe lo que Dios demanda de nosotros y que se atiene a ello.
…
No solo antes de las elecciones, algunos saben exactamente cómo un mundo así puede volverse realidad. Si uno escucha con atención a aquellas personas, sentimos con cada asentir con la cabeza y con cada aprobación, algo diferente. Nos sentimos incómodos. Porque, si tienen razón, aquellos que nos están hablando, entonces el mundo se encuentra ante una división. Lo que a primera vista parece comprensible, adquiere un gusto desagradable. Seguro, tal vez sería mejor que no los hubiera, aquellos otros, que ponen en entre dicho su propio camino hacia un futuro mejor. ¿Pero puedo realmente saber siempre qué es bueno y lo correcto para mí?
Entre más complejos se tornan los contextos en los que vivimos, más reciben el impulso aquellos que a través de afirmaciones sencillas, dividen al mundo, por lo menos en dos partes. Simplificadamente los llamamos populistas. No tanto porque dicen lo que la gente quiere escuchar, sino – y recordemos mi sermón de hace 2 semanas sobre chismes y habladurías – porque nos presentan una narrativa, una historia, que nos gusta escuchar y que a la vez nos une a otros.
El texto para el sermón de hoy es de la Primera Carta a los Corintios y nos muestra a un Pablo, que maneja a las personas atacadas por él y los temas que menciona de una manera que es todo excepto delicada y esto se encuentra con frecuencia en la agenda de los populistas.
Al inicio del noveno capítulo Pablo habla de disputas que los cristianos deberían arbitrar y resolver entre sí. Hasta ahí todo bien. Luego Pablo critica a aquellos que sacan ventajas a expensas de los demás. También aquí asentimos sin restricciones. Eso realmente no está bien.
Pero, tal vez ya conocemos mejor a Pablo, sin embargo, luego de las palabras del inicio que tienen nuestra aprobación, viene el giro secretamente temido. Pongamos atención:
9 ¿No sabéis que los malvados no heredarán el reino de Dios? ¡No os dejéis engañar! Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los sodomitas, ni los homosexuales, 10 ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los calumniadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios.
12 «Todo me está permitido», pero no todo es para mi bien. «Todo me está permitido», pero no dejaré que nada me domine.
13 «Los alimentos son para el estómago y el estómago para los alimentos»; así es, y Dios los destruirá a ambos. Pero el cuerpo no es para la inmoralidad sexual sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo.
14 Con su poder Dios resucitó al Señor, y nos resucitará también a nosotros.
19 ¿Acaso no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en vosotros y que habéis recibido de parte de Dios? No sois vosotros vuestros propios dueños;
20 Fuisteis comprados por un precio. Por tanto, honrad con vuestro cuerpo a Dios.
Honestamente ¿quién de ustedes logró poner atención a las palabras de Pablo hasta el final?
Ninguno de nosotros quiere ser inmoral, estamos lejos de adorar ídolos. Ninguno calcula cometer adulterio al comprometerse con alguien de manera permanente.
Cuando leí por primera vez el texto para el sermón de hoy me detuve al leer la palabra homosexualidad. Recuerdo una convención parroquial a comienzos de los años 90 en Wuppertal en donde los homólogos intentaron persuadirnos de que la homosexualidad es una enfermedad que se puede curar.
Me pregunto: ¿No hemos dejado atrás ese tipo de discusiones en nuestra iglesia desde hace tiempo? ¿Debo decirles a aquellos, como lo hizo Pablo en su época, que no van a entrar al Reino de Dios si no cambian su vida y sus costumbres? Dicho de forma directa: en el Cielo no hay espacio para homosexuales.
Pero allí tampoco hay espacio
- para aquellos que se separaron o se divorciaron;
- para aquellos que roban a los demás;
- tal vez también aquellos que le roban a otros los medios de subsistencia, porque les va tan bien;
- para aquellos que miran a otros con envidia y codicia;
- para aquellos que les gusta demasiado tomar alcohol;
- para aquellos que hablan mal de los demás;
- para muchos otros que no fueron mencionados explícitamente.
¿Queremos vivir en un mundo separado por esas normas?
- No hay duda. No hay que poner en tela de juicio los matrimonios y uniones convivenciales.
- El robo en todas sus categorías se debe condenar.
- La envidia y la codicia ponen en peligro nuestra vida en común.
- El alcoholismo destruye familias.
- La mentira y la calumnia hieren a otros.
Estas palabras de Pablo parecen volverse reconciliadoras cuando habla de que todo está permitido, pero no todo es bueno.
La proporcionalidad y la justa medida deben ser preservados antes de que juzgue demasiado rápido a los demás, pienso yo.
Rápidamente las palabras de Pablo toman nuevamente otro curso. Se vuelve más cortante y casi insoportable. Me pregunto si aquellos que compilaron del capítulo 9 el texto para el sermón de hoy sintieron algo parecido. Lean ustedes mismos los versículos 15 al 18 que omití.
Cuando Pablo finalmente habla de que el Espíritu de Dios mora en nosotros y que por eso nosotros parecemos “templos”, vuelvo a estar de acuerdo con él. Y al mismo tiempo sé de aquellos momentos en los que que hago lo que es posible pero que no es bueno.
Entonces, ¿a dónde vamos a parar todos aquellos que conocemos esos momentos?
Sí, yo también deseo no sólo un mundo distinto. A veces me deseo a mí mismo de una manera diferente.
Y recuerdo las palabras de la canción cuyo texto acabamos de escuchar sin poder cantar y me refiero a las tres palabras que adornan nuestras ventanas:
Fe, para actuar hoy y mañana.
Amor, para vivir la verdad hoy.
Esperanza, para comenzar de nuevo hoy.
En donde nos acompañan la fe, el amor y la esperanza, ahí seguro estamos en buen camino, en el camino hacia un mundo mejor.
Amén