
Sermón del 13. Domingo después de Trinidad
La Epifanía – Ciudad de Guatemala
29 de agosto de 2021
Pfr. Thomas Reppich
Génesis 4, 1-16
1 El hombre se unió a su mujer Eva, y ella concibió y dio a luz a Caín.[1] Y dijo: «¡Con la ayuda del Señor, he tenido un hijo varón!» 2 Después dio a luz a Abel, hermano de Caín. Abel se dedicó a pastorear ovejas, mientras que Caín se dedicó a trabajar la tierra. 3 Tiempo después, Caín presentó al Señor una ofrenda del fruto de la tierra. 4 Abel también presentó al Señor lo mejor de su rebaño, es decir, los primogénitos con su grasa. Y el Señor miró con agrado a Abel y a su ofrenda, 5 pero no miró así a Caín ni a su ofrenda. Por eso Caín se enfureció y andaba cabizbajo. 6 Entonces el Señor le dijo: «¿Por qué estás tan enojado? ¿Por qué andas cabizbajo? 7 Si hicieras lo bueno, podrías andar con la frente en alto. Pero si haces lo malo, el pecado te acecha, como una fiera lista para atraparte. No obstante, tú puedes dominarlo.» 8 Caín habló con su hermano Abel. Mientras estaban en el campo, Caín atacó a su hermano y lo mató. 9 El Señor le preguntó a Caín: —¿Dónde está tu hermano Abel? —No lo sé —respondió—. ¿Acaso soy yo el que debe cuidar a mi hermano? 10 —¡Qué has hecho! —exclamó el Señor—. Desde la tierra, la sangre de tu hermano reclama justicia. 11 Por eso, ahora quedarás bajo la maldición de la tierra, la cual ha abierto sus fauces para recibir la sangre de tu hermano, que tú has derramado. 12 Cuando cultives la tierra, no te dará sus frutos, y en el mundo serás un fugitivo errante. 13 —Este castigo es más de lo que puedo soportar —le dijo Caín al Señor—. 14 Hoy me condenas al destierro, y nunca más podré estar en tu presencia. Andaré por el mundo errante como un fugitivo, y cualquiera que me encuentre me matará. 15 —No será así[2] —replicó el Señor—. El que mate a Caín, será castigado siete veces. Entonces el Señor le puso una marca a Caín, para que no fuera a matarlo quien lo hallara. 16 Así Caín se alejó de la presencia del Señor.
Queridos hermanos,
El fratricidio de Caín contra su hermano Abel, es una de las historias más oscuras de la Biblia. Además es contada en los primeros capítulos que no sin razón se llaman historias de origen. El asesinato, entonces, hace parte de la historia del ser humano desde un principio.
Inicialmente parece interesante que esta circunstancia, que casi nadie quiere cuestionar, vista figurativamente, es colocada en el entorno familiar. Es el familiar más cercano que es asesinado. Caín actúa de manera premeditada y malintencionada. Lleva a su hermano al campo y allí lo mata. No actúa en el afecto sino a sangre fría. Se debe decir que Caín comete un acto atroz y con motivos muy bajos. El hecho de que Dios esté más complacido con las ofrendas de Abel, como lo cuenta el narrador, Caín no lo puede utilizar como justificación para su acción. Y sin embargo el sacrificio rechazado le sirve. Aquí se abre una puerta hacia asociaciones que con frecuencia han llevado a familias al abismo. Al fin y al cabo una cuarta parte de los asesinatos cometidos en Alemania sucedieron en el contexto familiar. Asombroso y aterrador a la vez.
Es la desigualdad de Caín y Abel la que se convierte en la ruina para Caín. No me queda fácil entenderlos. Por experiencia propia me digo: si, los hijos son diferentes. A veces se fijan mucho en no volverse como los hermanos. No quieren ser comparados.
¿No habrá sido esa la razón? ¿Debemos, como sucede con frecuencia, fijar nuestra mirada en los padres? ¿Son ellos los culpables de todo? Me acuerdo de algunas conferencias de clase, en las que se deliberaba sobre el mal comportamiento de un alumno. Primero con frecuencia se hacía la pregunta sobre el entorno familiar. ¿Es el alumno culpable en todo el sentido de la palabra o existen relaciones familiares que ponen todo bajo una luz diferente?
En el preludio del asesinato insidioso Dios mismo se enfrenta a Caín y le habla directamente: “¿Por qué estás tan enfadado? ¿Por qué andas cabizbajo?” Sin esperar una respuesta Dios continúa diciendo: “Si hicieras lo bueno, podrías andar con la frente en alto. Pero si haces lo malo, el pecado te acecha, como una fiera lista para atraparte. No obstante, tú puedes dominarlo.” Tal como lo harían buenos padres, Dios no juzga a Caín.
Intenta de convencerlo con buenos argumentos. La envidia y los celos representan una amenaza. Quien le da espacio a ambos sentimientos, corre el riesgo de hacerse culpable. Caín, sin embargo, hace rato que tiene un plan. Pensamientos oscuros asumieron el poder en su mente y Caín se apura para la acción. No va a descansar hasta no haberla completado.
En la historia del fratricidio no se menciona para nada a los padres. Dios es quien confronta a Caín. Como es bien sabido, nada se le escapa, por lo que inmediatamente se enfrenta a Caín.
Dios le habla a Caín de una manera hábil e indirecta. “¿En dónde está tu hermano?” Le pregunta. Caín responde rudamente con una contra pregunta: “¿Soy el cuidador de mi hermano?”
El sentimiento de culpa tiene otra cara. La paciencia de Dios, que dependía de la comprensión del perpetrador y de la admisión de su culpa, ha llegado a su fin. Su juicio frente a Caín está determinado hace rato: Caín, a partir de ahora, tendrá que deambular como nómada porque ya no obtendrá ganancias con su profesión como agricultor.
Me surge una pregunta: ¿Somos oyentes de esta historia o somos parte de ella? ¿Nos encontramos en el papel de Caín o de Abel?
El papel de Abel lo asumimos con gusto, de ser así. Nos alegramos, cuando otros valoran lo que hacemos, cuando otros nos miran con admiración y respeto como personas.
El papel de Caín, aunque nunca hayamos cometido asesinato, nos parece incómodo. Claro, también nosotros sentimos envidia hacia otros. No les concedemos el éxito cuando este se presenta al tiempo con nuestro fracaso. Si, también nosotros hemos “matado” a otros con nuestra mirada – o no los consideramos dignos de nuestra mirada – lo que a veces puede ser incluso peor.
La historia del fratricidio me conmueve cada vez cuando la escucho. No la puedo ver etimológicamente, como algunos investigadores, y reducirla a que se nos narre cómo el agricultor Caín se convirtió en nómada, o cómo el mal se ha infiltrado en las familias.
Son estos dos hermanos tan completamente distintos, los que me hacen reflexionar. E incluso si pudiera escoger a uno de esos dos papeles, no me sentiría bien. No quiero ser ni Caín ni Abel, ni víctima ni perpetrador. Y sin embargo sé, que mi vida no puede prescindir de esos dos papeles.
¿Cómo puedo evitar esa maldición de esta inevitabilidad?
Para ello quiero contar otra historia:
Un día un alumno viene adonde su maestro y le pregunta:
“Maestro, ¿por qué hay tantas guerras y asesinatos en el mundo?”
El maestro mira a su alumno durante mucho tiempo a los ojos. Y por un buen rato no dice nada.
“Cierto, tú tampoco lo sabes,” opina el alumno impaciente.
El maestro menea la cabeza de lado a lado. Luego invita al alumno:
“Ve a la pradera y corta dos flores para mi.”
Asombrado el alumno emprende el camino.
Después de un rato regresa con dos flores a donde su maestro. Interesadamente observa las dos flores.
“¡Mira! Has cortado dos flores completamente diferentes. Una es de un color amarillo resplandeciente y la otra es de un color azul profundo.”
“¿Y ahora? ¿Eso qué nos quiere decir?”, quiere saber el alumno.
“Pues bien, a ninguno de los dos se nos ocurriría de apurarnos de esta forma y de cortar las flores amarillas o las flores azules.”
“Por la teoría del color sabemos”, continúa el maestro su conversación “que el color verde solo existe, porque existen el amarillo y el azul. Así como los colores se complementan de manera maravillosa y crean algo juntos, así podría ser entre los humanos. Con frecuencia la gente prefiere, sin embargo, ser amarilla o azul. Se pierden de muchas cosas.”
¿Es muy ingenuo contemplar la felicidad de nosotros los humanos de esa forma? Puede ser. Y sin embargo nos puede ayudar a escaparnos del círculo vicioso de quedarnos atrapados en las diferencias que nos hacen extraviarnos.
Pablo ya habló de los diferentes dones y talentos que distinguen a una congregación en Cristo. Estos son los que hacen tan valiosa nuestra vida en común.
Es nuestra unión, a pesar de todas las diferencias, lo que importa.
Amén