Porque el Señor no rechaza para siempre

Sermón del 16. Domingo después de Trinidad

La Epifanía – Ciudad de Guatemala

19 de Septiembre de 2021

Pastor Thomas Reppich

Lamentaciones 3,22-32

22 El gran amor del Señor nunca se acaba y su compasión jamás se agota. 23 Cada mañana se renuevan sus bondades; ¡muy grande es su fidelidad! 24 Por tanto, digo: «El Señor es todo lo que tengo. ¡En él esperaré!» 25 Bueno es el Señor con quienes en él confían, con todos los que lo buscan. 26 Bueno es esperar calladamente a que el Señor venga a salvarnos. 27 Bueno es que el hombre aprenda a llevar el yugo desde su juventud. 28 ¡Dejadle estar solo y en silencio, porque así el Señor se lo impuso! 29 ¡Que hunda el rostro en el polvo! ¡Tal vez haya esperanza todavía! 30 ¡Que dé la otra mejilla a quien lo hiera, y quede así cubierto de oprobio! 31 El Señor nos ha rechazado, pero no será para siempre. 32 Nos hace sufrir, pero también nos compadece, porque es muy grande su amor.

Queridos hermanos,

¡La sentencia de muerte ya ha sido pronunciada!  Así es como podría formularse en muchas partes del mundo en este momento. Así fue desde el inicio de la pandemia. Y así sigue siendo todavía después de más de un año y medio, porque la desigualdad de las condiciones de vida vuelven a ser demasiado evidentes.

Ahí están aquellos que están sentados en el sol de la vida, mientras que a los otros los rodea el polvo de la calle. Su mente está suspendida. Su respiración ya casi no se siente. Sus oídos prestan atención cuando escuchan la voz del predicador que dice:

Porque el Señor no rechaza para siempre

El Virus es del diablo. Confíen en Dios, sólo él puede salvarlos. ¡Ninguna vacuna va a poder salvarlos! La gente quiere seducirlos. No la escuchen. Los van a llevar a la perdición.

Esto lo escuchamos en una conversación con mujeres y un hombre. Estamos de visita en la Casa Milagro en Santa Cruz de la Laguna. Thilda Zorn nos invitó para hablar con los presentes sobre la importancia de la vacuna contra Covid 19.

“Hace poco vacunaron a alguien en nuestro pueblo y unos días más tarde estaba muerto”, dice una de las mujeres.

En mi mente circulan pensamientos, cuando escucho esto. No sé, si me tengo que preocupar por la indiferencia de aquellos que permanecen en el lado soleado de la vida o por la incredulidad que estoy escuchando. 

Porque el Señor no rechaza para siempre

Traigo la frase nuevamente a mi mente. Habla alguien que lamenta la destrucción del templo 586 antes de Cristo. Jerusalén, la ciudad de Dios, ha caído. ¿Podría, para un pueblo cuyo destino depende del Dios de Abraham, Isaac y Jacob, haber algo más grande?

Sin querernos comparar con los golpes de destino de pueblos enteros a través de la larga historia de la humanidad, nosotros conocemos en n nuestra propia vida el tiempo de la decadencia, de las privaciones, de la muerte.

Porque el Señor no rechaza para siempre

Estas palabras fueron elegidas con cuidado. Quieren consolar y desviar la mirada de la fosa de la muerte a la luz de la vida.

¿Podemos percibir el efecto de estas palabras, cuando en nuestra vida ocurren cosas que nos afectan tanto que nos sentimos rechazados por Dios y por la vida?

„Al final de esta enfermedad no está la muerte.“ Juan 11, 4 

Con estas palabras Jesús le habla a los que lloran la muerte de Lázaro.

El abismo de esta experiencia está desgarrando, y eso lo sabemos, una profunda brecha en la vida de aquellos que la están experimentando.

Es muy grande el deseo, el anhelo, de que venga alguien, como Jesús en ese tiempo, para que despierte de la muerte a uno de nuestros seres queridos.

Un monje budista, cuyo libro terminé de leer en estos días, me confronta con otra visión sobre la muerte, morir, extinguirse y renovarse. Este describe su propio viaje, fuera de su estar protegido en una comunidad monástica hacia un mundo que también para él es mortal y amenazante. 

Al final, cuando él mismo cree, que dejó su propia vida atrás, cuando está dispuesto a despedirse de su existencia terrenal, resulta algo diferente. Inesperadamente se encuentra salvo en un lecho de enfermo, sin poder decir cómo ocurrió esto. Cuando vuelve en sí, no puede creer que aún está vivo. Necesita de algunas horas para poder volver del todo a la vida. 

Antes de que enfermara, todo lo que no me era familiar, me ponía un poco tenso. Me sentía separado de la gente en el tren, del dueño de la casa de huéspedes y de los camareros en el restaurante. Cada encuentro me dio la sensación de estar corriendo contra una pared, como si hubiera llegado a alguna parte en donde era bloqueado y rechazado. Y ahora apenas podía esperar dejar el portal detrás de mí para entrar al caos del tráfico ruidoso y sucio, para recorrer las calles, las montañas y los valles de este mundo fugaz. Apenas podía esperar a ser de más ayuda para las personas que están sufriendo porque no saben que están en un sueño y no saben que la liberación significa reconocer el sueño como tal, en el sueño. Para mí sin duda era claro que la vacuidad brillantemente clara está en cada uno de nosotros. Cuando hablamos, caminamos y pensamos estamos en ese estado, en nuestro cuerpo saludable y en nuestro cuerpo enfermo, seamos ricos o pobres. Pero no reconocemos el valioso tesoro que tenemos. En realidad morimos todo el tiempo, pero nuestra mente no nos lo dice. Si no nos dejamos morir, no podemos ser nacidos de nuevo. Aprendí que morir es nacer de nuevo. Muerte es vida.” (Yongey Mingyur Rinpoche – En el Camino. Un Viaje hacia el Verdadero Sentido de la Vida, Random House, Munich 2019, p. 350 s.)

Al final de esta enfermedad no está la muerte.“

Las palabras de Jesús repentinamente tienen otra profundidad. Tener la sensación de estar separado de la vida, se transforma. A veces nos enredamos tanto en la vida que ya no podemos percibir, lo que todavía es. 

Vivir significa en cada momento transformarse de nuevo. La muerte se convierte en vida y la vida en muerte.. 

El gran amor del Señor nunca se acaba y su compasión jamás se agota. (V. 22)

Con cada día despertamos de nuevo a la vida. Todo lo que nos hace llegar a nuestros límites, todo lo que nos da la sensación de estar más muertos que vivos, se transforma de nuevo.

Por eso tampoco tenemos una razón para eliminar la muerte de nuestras vidas. Eliminarla significaría chupar dulces envenenados sin saberlo, como alguien  dijo alguna vez.

Busquemos la armonía con todo lo que parezca ser letal. Al final nunca está la muerte. Al final está la vida, el cambio y la transformación.

Amén