Confianza en el Señor

Sermón del 19. Domingo después de Trinitatis

La Epifanía – Ciudad de Guatemala

10 de octubre de 2021 

Norbert Reese – Pastor Thomas Reppich

Isaías 38,9-20 (Nueva Versión Internacional)

9 Después de su enfermedad y recuperación Ezequías, rey de Judá, escribió: 10 «Yo decía: “¿Debo, en la plenitud de mi vida, pasar por las puertas del sepulcro y ser privado del resto de mis días?” 11 Yo decía: “Ya no veré más al Señor en esta tierra de los vivientes; ya no contemplaré más a los seres humanos, a los que habitan este mundo.”[1] 12 Me quitaron mi casa, me la arrebataron, como si fuera la carpa de un pastor. Como un tejedor, enrollé mi vida, y él me la arrancó del telar. ¡De la noche a la mañana acabó conmigo! 13 Pacientemente esperé hasta la aurora, pero él, como león, me quebró todos los huesos. ¡De la noche a la mañana acabó conmigo! 14 Chillé como golondrina, como grulla; ¡me quejé como paloma! Mis ojos se cansaron de mirar al cielo. ¡Angustiado estoy, Señor! ¡Acude en mi ayuda! 15 »Pero ¿qué puedo decir? Él mismo me lo anunció, y así lo ha hecho. La amargura de mi alma me ha quitado el sueño. 16 Señor, por tales cosas viven los hombres, y también mi espíritu encuentra vida en ellas. Tú me devolviste la salud y me diste vida. 17 Sin duda, fue para mi bien pasar por tal angustia. Con tu amor me guardaste de la fosa destructora, y le diste la espalda a mis pecados. 18 El sepulcro nada te agradece; la muerte no te alaba. Los que descienden a la fosa nada esperan de tu fidelidad. 19 Los que viven, y sólo los que viven, son los que te alaban, como hoy te alabo yo. Todo padre hablará a sus hijos acerca de tu fidelidad. 20 »El Señor me salvará, y en el templo del Señor todos los días de nuestra vida cantaremos con instrumentos de cuerda.»

Queridos hermanos,

al inicio del capítulo se habla de que él es un enfermo terminal. Esta noticia se la da Isaías a Ezequías. Este está horrorizado, a quien le sorprende, voltea su cara en su lecho de muerte hacia la pared y hace una oración a Dios. Le jura que ha sido fiel. ¿Por qué un siervo fiel a Dios debe entonces morir? Luego Dios le da a Ezequías un aplazamiento de 15 años. ¿Qué hacemos cuando la vida nos garantiza un aplazamiento, pero la muerte la tenemos ante los ojos? ¿Nos concentramos en la que hay que hacer o entramos en pánico? ¿Terminamos de hacer lo que Dios quiso que hiciéramos o caemos en el letargo y nos retraemos?

Según la cronología, Ezequías recibió el anuncio de su muerte cercana a la edad de 39 años. En ese momento su hijo Manasés aún no había nacido: sin un hijo propio, sin un heredero de su trono la dinastía estaba en peligro. Ezequías – según dice en la Biblia – cumplió en todo la voluntad de su Dios. En el segundo libro de los Reyes, dice: „igual que su padre David, él hacía lo que le agradaba al Señor… puso su confianza en el Señor, el Dios de Israel. Entre todos los reyes de Judá, los que le siguieron y los que vivieron antes que él, ninguno fue como él.“ En los textos falta cualquier justificación del por qué Ezequías de pronto enfermó y debía morir. Como razón en todo caso se puede descartar que fue pecador y falló.

Cuando uno lee la historia de vida de Ezequías, eso parece bastante improbable. O los cronistas nos ocultaron algo.

Pero hay más razones que hacen este anuncio de muerte de Isaías tan incomprensible:  Ezequías no tiene ninguna esperanza de una continuidad de la vida después de la muerte. En su tiempo los judíos no creían en una resurrección. Por eso Ezequías  se lamenta: „El sepulcro nada te agradece; la muerte no te alaba. Los que descienden a la fosa nada esperan de tu fidelidad. “

También tengo que pensar en eso. Eso hace el anuncio de la muerte aún más incomprensible: Ezequías no está pegado a la vida como una o uno de nosotros. Tiene metas para su vida y solo las puede hacer realidad en vida. Y si Dios lo eligió para tareas más elevadas, entonces no le va a ser útil como hombre muerto.

Así es. YHVH le prometió a través de la promesa de Natan, eterna existencia de su realeza (véase 2. Samuel 7,16). Esta promesa no se cumplirá si Ezequías muere ahora. Además está por darse el ataque del rey de Asiria. Senaquerib irá contra Jerusalén. Solo a través de una fe profunda y la confianza de Ezequías y por un milagro de YHVH, puede salvarse Jerusalén. El sucesor de Ezequías hace lo que no le gusta a YHVH. Parece ser que YHVH le envía la enfermedad a Ezequías solo para regalarle una experiencia de fe, haciéndole saber que YHVH todo lo puede, también hacer milagros. Así él crece en su fe, de tal manera que cuando Jerusalén caiga en la miseria, él pueda confiar en un milagro de YHVH (véase Isaías 38,6). Lo moldea como instrumento para que su propio poder y grandeza puedan ser demostrados. 

Voy a tratar de ponerme en la situación de Ezequías. En su lugar apostaría que YHVH, el Dios de los padres y las madres, sigue estando con su pueblo. Y si me escogió para ser su instrumento, entonces me pondría a su servicio, confiando en que él puede obrar a través de mí. No estoy seguro si en el proceso miraría los milagros que otros tal vez experimentaron. Finalmente debo tener confianza y eso es algo que tiene que desplegarse dentro de mí. De qué me sirve que otros experimenten un milagro, mientras que yo me siento como Ezequías, enrollado como una tela, en la que hasta el último hilo está cortado.

Estamos de acuerdo en eso. No se trata de experiencias que otros tuvieron con este Dios, sino de las propias experiencias. Además no entiendo los milagros como algo que rompe las leyes de la naturaleza, sino en el sentido de que ocurre algo maravilloso. Siento que es una profunda experiencia de fe cuando Ezequías está sano después de dos días, en especial cuando se lo promete Isaías en nombre de Dios y se le da una señal que el mismo Ezequías puede elegir. Dios hace que la sombra que ya descendió diez escalones, vuelva a ascender. El sol cambia su rumbo. Después de esta señal a Ezequías le queda difícil dudar de que su sanación se deba a la obra de Dios.

Entonces sí, se rompen de manera maravillosa las leyes de la naturaleza. No quiero volverme sofisticado, mas bien quiero abstenerme. He experimentado demasiadas veces que las personas fueron decepcionadas, sus propias ilusiones acabaron porque lo esperado o anhelado no se dio. Probablemente estamos de acuerdo en que la dimensión del milagro nos está mostrando justo algo que no esperamos o anhelamos. Los milagros de Dios comienzan para mí, allí en donde nuestras expectativas se acaban y nosotros solo podemos extender una mano abierta hacia el siguiente día. La pregunta elemental es por eso si la fe en Dios – y aquí seguramente me estoy repitiendo, pero no me canso de resaltarlo – si la fe es un dar por cierto o una experiencia que podemos hacer en las presencia de Dios como seres que reciben. Estoy pensando en Abraham que todo lo abandonó, porque estaba dispuesto a aventurarse con un Dios que dice de si mismo: soy el que soy. Como resultado pudo tener experiencias milagrosas – y Sara riendo a su lado, también.

En este momento tengo la sensación de que hablamos de cosas distintas. Para mí no se trata ni de milagros ni de una fe en el sentido de dar algo por cierto. Para mí se trata de una fe en el sentido de: confío en ti.

Y esa confianza tiene una relación concreta. Esta la considero posible, incluso probable. Confío en que va a ocurrir… incluido un milagro.

Lo voy a decir de una forma un poco más concreta: Ezequías es rey en un tiempo en el que el reino del norte se hundió. El acoge a los refugiados y lleva a cabo una reforma  única de la religión. Acto seguido Isaías le anuncia que va a morir a los 39 años. Ezequías solo se queja de que ya no va a poder alabar y enaltecer a Dios. Ezequías recobra la salud, pero Dios me parece aquí como alguien que golpea y hiere a su hijo y luego le cura las heridas amorosamente y lo sana. Tú hablas de Abraham y Sara, Sara que se ríe a sus 90 años porque no puede creer que a esa edad le regalen un hijo. Pero si tú pones en paralelo a Abraham con Ezequías que debe morir, entonces por favor no en esa situación en la que Dios le da a Abraham muchas riquezas y le anuncia un hijo, sino en la situación en donde Dios le exige que sacrifique a su propio hijo, que lo mate. Qué hubiera pasado si Abraham hubiera dicho:  nunca jamás voy a matar a mi hijo. Tú, Dios, nos prohibiste derramar sangre humana. ¿Y si la reflexión y la acción responsable hubieran triunfado sobre la locura religiosa? ¿Hubiera sido él entonces sentenciado por su falta de fe? Jesús cumplió la voluntad de Dios en todo, hasta cuando finalmente en el Jardín de Getsemaní sudó sangre por el miedo de la crucifixión y él sangrando en la cruz le grita a su Dios: „Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado.“ Tres seres humanos que han entregado su vida por completo a Dios, que fueron obedientes hasta la muerte: el primero que debe morir a los 39 años, el segundo que debe asesinar a su hijo y el tercero que muere tortuosamente en la cruz. Los tres son grandes testigos de fe y son como barro en las manos de Dios y por supuesto Dios tiene el derecho, según la Biblia, de volver a destruir su obra. Pero esa imagen de Dios genera en mi más preguntas que respuestas. Intenté mostrar posibilidades de respuestas, que están en la siguiente historia sobre Ezequías, pero ese hilo tú no lo retomaste.

Percibo franqueza, este no poder llegar a un final, que es el que distingue a la fe en su núcleo básico. Nuestra vida, nuestro pensar y sentir están entretejidos en la historia de Dios con nosotros. A veces clara, a veces perturbadora incluso destructiva, luego nuevamente llena de esperanza y dando fuerza… Con todo lo que a veces nos hace dudar, prevalece para mí lo que da valor. La fidelidad de Dios se mantiene tangible. Ella nos llama aquí domingo a domingo y nos permite alzar la vista. Nos quedamos con el toque de las teclas en la casa de nuestro SEÑOR. ¡Esa es una hermosa perspectiva!

Amén