Acuérdate

Sermón del 20. Domingo después de Trinidad

La Epifanía – Ciudad de Guatemala

17 de octubre de 2021

Pastor Thomas Reppich

Queridos hermanos,

¿Quién de nosotros a veces desea volver a tener la ligereza despreocupada de la juventud? Ese tiempo en el que uno vivía el momento sin angustiarse o casi sin preocuparse por el mañana. ¿Simplemente vivimos el día sin pensar en las  consecuencias a largo plazo para nuestras vidas?  El mañana, así nos parecía, en el mejor de los casos, era la prolongación de todos los momentos de felicidad que habíamos acabado de vivir.

Solo mucho más tarde, con frecuencia ya habían pasado varios años o incluso décadas, nos dimos cuenta que todo es la consecuencia de algo, para ser más exacto, está en un contexto mucho más amplio.

No sé si ustedes también jugaron tan apasionadamente en su infancia y en su juventud. A mí me fascinaban varios juegos de cartas y de mesa. No importaba si era Skat (tradicional juego alemán de cartas), Doppelkopf (juego alemán de naipes), Parqués o Monopolio. Con cada nueva ronda de juego se comenzaba de nuevo. Esto nutrió por mucho tiempo en mí la sensación de que la vida debería ser parecida: las cartas mezcladas de nuevo y de regreso al inicio y vamos desde el comienzo.

Ya hace tiempo tengo claro que no podemos regresar al inicio. Las cartas de la vida tampoco se dejan simplemente mezclar para volver a ser repartidas. ¿Fue pura vanidad pensar así?

De los malas equivocaciones de la juventud, para ser más exactos, de sus consecuencias habla el texto para el sermón de hoy del libro Eclesiastés 12, 1-8:

1 Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que lleguen los días malos y vengan los años en que digas: «No encuentro en ellos placer alguno»; 2 antes que dejen de brillar el sol y la luz, la luna y las estrellas, y vuelvan las nubes después de la lluvia. 3 Un día temblarán los guardianes de la casa, y se encorvarán los hombres de batalla; se detendrán las molenderas por ser tan pocas, y se apagarán los que miran a través de las ventanas. 4 Se irán cerrando las puertas de la calle, irá disminuyendo el ruido del molino, las aves elevarán su canto, pero apagados se oirán sus trinos. 5 Sobrevendrá el temor por las alturas y por los peligros del camino. Florecerá el almendro, la langosta resultará onerosa, y no servirá de nada la alcaparra, pues el hombre se encamina al hogar eterno y rondan ya en la calle los que lloran su muerte. 6 Acuérdate de tu Creador antes que se rompa el cordón de plata y se quiebre la vasija de oro, y se estrelle el cántaro contra la fuente y se haga pedazos la polea del pozo. 7 Volverá entonces el polvo a la tierra, como antes fue, y el espíritu volverá a Dios, que es quien lo dio. 8 Vanidad de vanidades, dice el predicador ¡Todo es vanidad!

Estoy seguro que las palabras del predicador nos hablan desde el alma. En el transcurso de los años no solo algunas cosas se dieron diferente a los esperado. Hubo deseos y expectativas que no se hicieron realidad. Al mismo tiempo nos regalaron y nos sorprendieron con cosas inesperadas.

Hemos dejado atrás uno que otro cumpleaños redondo (se dice así cuando se trata de un nuevo decenio) y seguimos esperando que la vida, aunque sea de una manera diferente que antes – esté a nuestros pies.

Eso que sentimos en nosotros, las señales, que obtuvimos una y otra vez, que no quisimos reconocer por mucho tiempo, o que no supimos interpretar, fueron inequívocas.

No sin razón, lo resalto de nuevo, el predicador emitió su advertencia:

Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud. No esperes con ello hasta que seas viejo y los días sean fatigosos y esos años llegan de los que tienes que decir: »¡No me gustan!«

El grabado en cobre „Caballero, Muerte y Diablo“ siempre me ha hechizado, tanto que he hablado sobre estas representaciones con casi todas mis alumnas y alumnos.

Observémoslo por un momento. En la mitad de la imagen reconocemos a un caballero montado en su corcel, con la lanza en una mano y la espada al alcance de la otra mano, para alejar todas las adversidades de la vida.

El caballero tiene tres acompañantes. Dos de ellos son fáciles de reconocer. A uno de ellos hay que mirarlo con más detenimiento.

Un acompañante simboliza la muerte, representa una figura espantosa con cuernos en la cabeza y un reloj de arena en la mano. Está sentada sobre un caballo viejo bastante desgastado. En cambio la culebra que rodea su cuello parece muy vivaz.

El otro acompañante simboliza al diablo. Tiene parecido a diferentes animales, un ser mezclado de la mitología griega.

Como tercer acompañante Dürer incluyó en su cuadro a un perro. El perro, así lo leí, representa la lealtad y la fe. 

Si miramos más de cerca, veremos cosas completamente diferentes: una calavera y muchas cosas más.

El caballero está sentado firme en su silla. No le tiene miedo a su posible muerte que lo puede alcanzar en cualquier momento de la lucha en la vida. Y el diablo tampoco parece tener éxito en desviarlo de su camino.

El caballero sabe que la muerte y el diablo son sus continuos acompañantes de la vida. Sin embargo su mirada permanece firme hacia adelante. ¿Es el castillo en la esquina superior del cuadro el destino de su viaje?

La pregunta que me he hecho siempre al mirar el cuadro es: ¿El caballero alcanzará su meta o se va a desviar de su camino o peor aún lo va sorprender la muerte?

Es la imagen de una representación de un instante (instantánea). Como algunas que ya hemos hecho de nuestras vidas. También nosotros tenemos estos dos acompañantes, muerte y diablo. Los vemos en nuestra instantánea. ¿Pero a dónde se dirigen nuestros pensamientos?

¿Pensamos que todo va a ir bien? ¿Vamos a llegar finalmente a nuestra meta sin deterioro, porque también tenemos a un acompañante que nunca nos va a abandonar y en cuya mano permanecemos?

¿O estamos tan hechizados por la muerte y el diablo que nuestro caminar se vuelve más arduo de lo apropiado para nuestra edad?

La fe, esto lo entendí al observar el grabado en cobre de Dürer, significa vivir en armonía. Ver a la muerte y al diablo, no negarlos, no hacer como si no nos pudieran hacer daño – pues la muerte nos puede sorprender en cualquier momento, de igual manera podemos apartarnos del camino a pesar de las mejores intenciones. Negar la muerte y el diablo es pura vanidad que se sobreestima y que quiere ignorar el carácter efímero.

Fe significa tener en esta armonía respeto por la vida, también por envejecer, pero nunca temor. Algún día nos convertiremos de nuevo en polvo y nuestro espíritu regresara a aquel que alguna vez nos lo dio. 

Hasta ese momento vivamos en armonía con lo que nos espera, con un acompañante fiel a nuestro lado y aquella alegría que espera grandes cosas del siguiente día y que siempre se deja sorprender de nuevo.

¡Amén!