
Sermón de Nochebuena
24.12.2021 – 17.00 horas
La Epifanía de Pastor Thomas Reppich
Miqueas 5
Pero de ti, Belén Efrata, pequeña entre los clanes de Judá, saldrá el que gobernará a Israel; sus orígenes se remontan hasta la antigüedad, hasta tiempos inmemoriales. 3 Por eso Dios los entregará al enemigo hasta que tenga su hijo la que va a ser madre, y vuelva junto al pueblo de Israel el resto de sus hermanos. 4 Pero surgirá uno para pastorearlos con el poder del SEÑOR, con la majestad del nombre del SEÑOR su Dios. Vivirán seguros, porque él dominará hasta los confines de la tierra. 5 ¡Él traerá la paz!
Queridos hermanos,
A veces un lugar pequeño puede tener un gran impacto. Puede haber personas entre nosotros para las que los lugares nunca podrán ser lo suficientemente grandes. Si quieren experimentar algo especial entonces buscan estar en una de las grandes metrópolis del mundo.
Debo confesar que también nosotros estuvimos felices en el verano de 2020, antes de nuestra salida a Guatemala, de tener tiempo para hacer un corto viaje a París. Pero para ser honesto, por mucho que disfrutamos del tiempo de estar en una de las metrópolis más hermosas del mundo, los momentos más especiales se dieron casi de manera casual en pequeños callejones, que no encuentran atención alguna por parte de las guías turísticas.
Belén en el tiempo del profeta Miqueas era un lugar así de pequeño. El nombre Belén (heb. בֵּית לֶחֶם bêt læḥæm) probablemente deriva de dos palabras. בֵּית bêt significa casa y לֶחֶם læḥæm en hebreo antiguo significa pan. Es decir „Casa del pan“.
Belén era, según la especificación del primer libro colectivo, el lugar de origen de David. Y el futuro hijo de David, el Mesías, vendría de este lugar más bien insignificante.
La ciudad de Belén está localizada hoy en Cisjordania y pertenece al territorio autónomo de Palestina. Quien hoy camina por Belén, tiene que mirar con detenimiento para poder adivinar algo de aquello que dijo el profeta Miqueas. En medio del bullicio de los turistas esto no es tan fácil.
Dios hace de lo pequeño algo grande. Una pequeña localidad alcanza fama mundial, porque en ella nació Dios. Belén muy seguramente sería desconocido para la mayoría de la gente si este lugar no estuviera asociado a la historia del nacimiento de Jesús.
Hay lugares que se graban en nuestra memoria de manera relevante, si para nosotros allí ocurre algo extraordinario. Pueden ser muy pequeños. A veces nadie vive allí en absoluto. Pero en ese lugar algo cambió en nuestra vida de manera fundamental. Estos lugares incluso pueden llegar a ser los centros de poder para nuestra vida cotidiana.
Nuestra fe es un lugar así. Básicamente nadie vive en este lugar. Pero a veces hay otras personas a nuestro lado en ese lugar. Compartimos juntos algo que va más alla del espacio y del tiempo. Para otros por ejemplo este recinto en el que estamos puede ser solo la planta baja de una antigua casa de familia. Pero para nosotros es un lugar especial: hace años es nuestra iglesia. Este recinto nos une a aquella antigua historia que el profeta Miqueas alguna vez prometió.
La fe, así se podría expresar de manera moderna, es como una red que une a mil millones de personas. A nosotros nos une y nos conecta algo que va más allá de nosotros mismos. Algo, que estaba antes que nosotros, y de lo que seremos parte en nuestra vida.
Las así llamadas redes sociales escenifican hoy la compenetración. Generan espacios en los que la gente puede contactarse. Si se mira más de cerca, muchos de esos lugares son pura auto escenificación. Queremos ser vistos por otros. Entre más somos vistos, obtenemos clics, mejor nos sentimos. Lo que le falta a la mayoría de redes es un mensaje compartido.
Nosotros, los que nos hemos reunido en Nochebuena, compartimos un mensaje común: hay un pastor que tiene en cuenta el bienestar de su rebaño. Alguien que nos da lo que realmente necesitamos para vivir.
Como creyentes recordamos este mensaje esta noche. Sentimos una unión que existe solo porque somos parte de esta fe. Experimentamos seguridad, comunión y profunda felicidad.
Al mismo tiempo formamos parte de una visión global:
Y habrá paz.
En la presencia de Dios podemos entrar a un lugar que nos da paz interior. En este lugar sentimos que Dios nos acepta como somos. Y de repente algo se transforma en nosotros. Comprendemos que somos parte de la paz que rodea a este mundo.
Ahora, el mundo es todo menos un lugar en donde reina la paz universal. Hasta en nuestras familias conocemos momentos y tiempos de discordia.
La paz de Dios dada por la fe, amplía nuestra visión. Agudiza nuestros sentidos y nos permite abordar con valentía y coraje algunos cambios en el camino hacia una verdadera paz mundial.
La comunión de los creyentes, sobre todo en nuestras misas nos permite al mismo tiempo experimentar una paz que actúa en otras áreas de nuestras vidas.
Conocemos esa sensación, debo decir ese „estado“ en el que nos encontramos, cuando regresamos de nuestro lugar „santo“ personal. El mundo, que en otras ocasiones nos parece amenazante y peligroso, se ha distanciado. Y de repente podemos extender nuestras manos a aquellos de los que creemos, que amenazan nuestras vidas.
Navidad es y sigue siendo para mí la fiesta universal de la paz. Una vez que hemos aceptado ese mensaje en nuestro corazón, comienza a obrar. Desafortunadamente nuestro corazón se aferra a lo largo del año a tantas otras cosas, que necesitamos que nos recuerden cada año de nuevo lo que da una paz real.
Cuando hemos experimentado de dónde viene la luz en la vida, la que incluso puede iluminar los momentos más oscuros, es casi insensato buscar esa luz en otros lugares.
El por mi muy apreciado monje Frère Roger, quien ya no mora ni actúa entre nosotros, dijo alguna vez:
„Nuestra vida no está sujeta al azar de un destino tedioso. ¡Para nada! Nuestra vida gana un sentido cuando primero que todo hay una respuesta viva a un llamado de Dios“
(Frère Roger, ¡Adivinas la suerte! Cartas de Taizé, 2001, S.1)
Navidad también es un llamado de Dios a nosotros. Entramos en un pequeño lugar. Recibimos paz y esta nos hace capaces de hacer grandes cosas.
Hasta el día de hoy, recibir la fe da lugar a una devoción con la que todos y cada uno de nosotros podemos crecer por encima de nosotros mismos.
¡Extendamos nuestras manos y permitamos que Dios nos de regalos! De esa manera nosotros también nos convertimos en un regalo de paz para los demás.
Amén.