Un salto al lo desconocido

Sermón del 2. Domingo después de la Epifanía

16.01.2021 – La Epifanía – Guatemala

Pastor Thomas Reppich

1. Corintios 2, 6-11

6 En cambio, hablamos con sabiduría entre los que han alcanzado madurez, pero no con la sabiduría de este mundo ni con la de sus gobernantes, los cuales terminarán en nada. 7 Más bien, exponemos el misterio de la sabiduría de Dios, una sabiduría que ha estado escondida y que Dios había destinado para nuestra gloria desde la eternidad. 8 Ninguno de los gobernantes de este mundo la entendió, porque de haberla entendido no habrían crucificado al Señor de la gloria. 9 Sin embargo, como está escrito: «Ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna mente humana ha concebido lo que Dios ha preparado para quienes lo aman». 10 Ahora bien, Dios nos ha revelado esto por medio de su Espíritu, pues el Espíritu lo examina todo, hasta las profundidades de Dios. 11 En efecto, ¿quién conoce los pensamientos del ser humano sino su propio espíritu que está en él? Así mismo, nadie conoce los pensamientos de Dios sino el Espíritu de Dios. 

Queridos hermanos,

Un filósofo comparó hace algunos años – y con ello quería fundamentar por qué no era cristiano – la fe con un salto a lo desconocido. Contra ello decía: „Quien salta, quiere saber hacia dónde salta y por qué lo debe hacer.“ (Kurt Flash – Por qué no soy cristiano, Munich 2013; citado según: Welt.de, 31.08.2013.)

¿Realmente la fe se asemeja a un salto a lo desconocido? Hablando en imágenes esto podría ser así. La fe significa también siempre, dejarse involucrar en algo que es solo parcialmente comprensible por nuestro entendimiento – y por tanto es difícil ponerlo en palabras incluso cuando se reflexiona en ello.

Este dilema, en el que se encuentran los testigos desde un comienzo, de querer hablar como humanos sobre algo, sobre lo que, como lo dijo alguna vez el teólogo Karl Barth (Karl Barth, La Palabra de Dios como tarea de la Teología, 1922), en el fondo no podemos hablar, nos persigue. Se nos dificulta entablar una conversación con los ateos de ahora, sin entrar en un desenfrenado y poco fructífero intercambio de palabras.

No. Queremos ser tomados en serio, con todo lo que nos mueve el corazón, lo que  llena nuestro interior en lo más profundo. No sufrimos ningún trastorno mental, no tenemos una relación de padre no resuelta y por tanto perturbada con un dios despótico y sanguinario. Tampoco pastamos en el fondo del alma de nuestra existencia y buscamos allí algo que no existe en absoluto.

¿Nos ayuda que Pablo hable, en nuestro texto para el sermón de hoy, de la fe como una sabiduría que está escondida y que sólo puede ser revelada en nosotros a través del Espíritu de Dios?

¿No sería más comprensible en nuestro diálogo con los ateos, si pudiéramos referirnos a hechos concretos? ¿Realmente podemos hablar de la fe sólo en fragmentos o es la fe algo que se manifiesta en nuestras vidas y por lo mismo se deja describir?

Se trata de nada menos que de la respuesta a la pregunta: ¿Es Dios una realidad presenciada o solo una realidad inventada y por lo mismo tan difícil de describir?

¿Cómo sería si a ambas sub-preguntas tuviéramos que contestarlas con un claro ‚si`?“

Hoy me gustaría encontrar una clase de respuesta especial en la pintura de Salvador Dalí impresa en el programa „Constancia de la Memoria“.

El cuadro de los relojes derritiéndose no es sólo una alusión al paso del tiempo. El tiempo pasa, se nos escapa entre los dedos. Eso lo sabemos, y entre mayores seamos, más aún. Al mismo tiempo el cuadro surrealista de Dalí va más allá de lo que podemos ver y captar con nuestra mente. Por lo tanto, cuando miramos la imagen, penetra hacia una comprensión más profunda. Es más, se conecta con nuestra propia experiencia de que nuestros días están contados. Esto en sí no es nuevo y nuestra mente lo sabe.

Y sin embargo, como este conocimiento, al que nuestra mente nos da acceso, es desagradable, siempre corremos el peligro de negarlo. 

Le pedí a los alumnos de la escuela profesional de decir las tres frases que en su lógica no se pueden negar:

Soy un ser humano.

Los humanos son mortales.

Entonces yo voy a morir.

El horror, que se manifiesta cuando decimos esta ultima frase, lo queremos ignorar con aquellas cortas palabras „pero todavía no“. Sin embargo, en los momentos oscuros de nuestras vidas sabemos que estas palabras no son un consuelo.

¿Por qué debemos aún así mirar detrás de la cortina de la realidad con nuestra razón, que, como dijo Kant, regula nuestro intelecto, es decir, lo ordena? ¿Por qué debemos postular algo, hablar de algo, aunque la razón no lo pueda comprender?

Aquí es en donde damos el salto como creyentes a un mundo que no es así. No podemos movernos por este mundo de la forma en que usualmente caminamos y vivimos nuestras experiencias. Y sin embargo debemos dar ese salto. Nuestra alma lo anhela. Ella es, como lo decimos los creyentes, el puente hacia otro mundo, hacia el más allá, hacia un mundo al otro lado de nuestro conocimiento. También podríamos hablar de otra dimensión, de la cuarta o la dimensión X.

Para las personas que califican este salto como una superstición y se limitan a la realidad de las apariciones en el aquí y ahora, cada experiencia de muerte y despedida significa el final.

Un reloj que se derritió, perdió su función. Quien sólo lo puede ver de ese modo, debe arrojarlo a la basura.

Pero, el alma del reloj consiste en avanzar en el espacio y en el tiempo, entonces señala  tanto la transitoriedad como la constante que conecta el tiempo que pasa con la eternidad.

Debemos hablar de la eternidad. Debemos hablar de algo que no es tan experimentable y sólo puede ser afirmado. Y sin embargo, para nuestro ser esta suposición es supremamente importante.

Debemos testificar la presencia de Dios. La presencia de Dios en nosotros como creyentes es el modelo opuesto a una sociedad que se divide más y más y se pierde en el proceso. Como creyentes, como buscadores, escépticos y seguros, encontramos el camino de regreso a nosotros mismos y así el camino a Dios, así como él nos quiso a cada una y a cada uno de nosotros.

Es lo más importante, 

que podemos aprender en la vida: 

encontrar el propio ser 

y mantenerse fiel a él. 

Eso es todo lo que importa, 

y solo de esa manera servimos completamente a Dios: 

que comprendamos quienes somos nosotros mismos,

y que ganemos coraje, para vivirnos a nosotros mismos. 

Pues hay melodías, hay palabras,

hay imágenes, hay cantos, que solo están en nosotros, 

dormidos en nuestras almas, 

y es la tarea principal de nuestras vidas, 

expresarlas y cantarlas. 

Solo con este propósito fuimos hechos; 

Y ninguna otra tarea es más importante, 

que la de descubrir la gran riqueza que hay en nosotros.

Solo entonces nuestro corazón estará completo, 

Solo entonces nuestra alma se tornará amplia, 

Solo entonces nuestro pensamiento será fuerte. 

Y solo con todas las fuerzas, 

que fueron puestas en nosotros, 

servimos y alabamos a nuestro Creador, 

como él lo merece. (Eugen Drewermann)

Amén