
Sermón del último domingo después de la Epifanía
el 30.01.2020
La Epifanía – Pastor Thomas Reppich
Éxodo 3, 13-14
13 Pero Moisés insistió: ―Supongamos que me presento ante los israelitas y les digo: “El Dios de vuestros antepasados me ha enviado a vosotros”. ¿Qué les respondo si me preguntan: “¿Y cómo se llama?”? 14 ―SERÉ QUIEN SERÉ —respondió Dios a Moisés—. Y esto es lo que tienes que decirles a los israelitas: “QUIEN SERÉ me ha enviado a vosotros”.
Queridos hermanos,
La pregunta de Moisés me irrita. ¿Por qué aparentemente no es suficiente para él decirle a los israelitas que Dios fue quien lo envió? ¿Necesita Dios de un nombre para ser reconocido como tal por los humanos?
Moisés insinúa algo, sin expresarlo. ¿Le da vergüenza hablar abiertamente frente a Dios? ¿Sobre qué debería hablar? ¿Se distanciaría Dios, si escuchara que los israelitas se quejan de su destino y que están lejos de confiar en Dios? ¿Perdieron toda esperanza de que su exilio en Egipto bajo el gobierno del faraón tenga fin? ¿Pero cómo Dios no ha de saberlo?
Los testigos siempre han tenido que entregar evidencias creíbles para sus testimonios. Aparentemente no es suficiente, cuando el mensajero o la mensajera aparece con una buena nueva.
El mensaje por sí solo debería revelar el nombre de quien viene.
Pero no, los humanos exigen evidencias, o una autoridad que responda por lo dicho.
¿Por qué es tan difícil lidiar con la verdad? Lo sabemos. Porque también los testigos han tergiversado la verdad. Le añadieron algo. Dejaron algo por fuera. Dependiendo de lo que les parecía necesario, para que sus propias intenciones tuvieran éxito.
¿De lo contrario habría tantas diferentes comunidades creyentes? Esto también lo sabemos: ellas no son solo expresión de una diversidad.
Desde el punto de vista de la exegética seguramente se debe anotar en este pasaje del libro del éxodo que había buenas razones – y aún hoy las hay – de no pronunciar el nombre de Dios o incluso de darle un nombre. Muy pronto el ser humano reconoció que los nombres siempre tienen un significado, que contraen el contexto del significado.
Tan obvio como es para nosotros hoy de hablarle a otros por su nombre, así mismo conocemos la experiencia que nuestro nombre solo expresa limitadamente quienes somos. Nuestro nombre no nos determina de manera universal. Y es que no lo puede hacer. El nombre nos fue dado y además con demasiada frecuencia fue por concesión familiar.
Las alumnas y alumnos con un nombre doble con frecuencia me explican que en ningún caso debo utilizar uno de los nombres.
Pero Dios no se opone a una descripción demasiado estrecha. Es Moisés, quien teme por la autoridad de su testimonio.
„Para eso te doy una carta con sello.“ Si no fuera pretencioso, entonces Moisés y otros testigos hubieran exigido justamente esto. Escrito con letra divina y sellado en cera caliente con insignias divinas.
De alguna manera no podemos arreglárnoslas sin estas evidencias externas. Un logo en nuestra revista bimensual es una señal para reconocer su autenticidad.
Dios, si le atribuimos rasgos humanos, ha tenido que sonreír con frecuencia a lo largo de la historia, seguramente también ha sentido disgusto con lo que han dicho los testigos. Algunas imágenes que decoran nuestras iglesias, en parte considerados como muy valiosas en términos de historia del arte, hubieran sido repintadas hace tiempo.
„Seré quien seré.“
Ese no es un nombre, pudieron haber pensado muchos en ese entonces. Y sin embargo es un circunscrito maravilloso para un Dios que se opone a que lo determinen con un nombre.
Visto de otra manera: Dios se está convirtiendo. Está en el proceso de conversión. Por eso no se puede determinar de una vez por todas a través de un nombre.
Lingüísticamente y en términos de contenido es más bien pretencioso cuando hablamos de nuestro Dios. El temor a él también nos lo debería hacer imposible. ¿Es mi Dios realmente alguien diferente?
Como DIOS-QUIEN-SERÁ se muestra a cada una y a cada uno de nosotros. Esto nos puede hacer felices y hacernos sentir contentos. Y cuando damos a otros nuestro testimonio de ello, nuestro testimonio no dependerá en „nombre de quien“ lo estamos diciendo, sino de lo que estamos testificando. Lo que decimos, lo que relatamos sobre la presencia de Dios en nuestras vidas, nos conectará con los demás.
Lo que testificamos, permite que el DIOS-QUIEN-SERÁ sea experimentable. DIOS-QUIEN SERÁ está trabajando en y con nosotros. Esto lo escuchan otros de nosotros y piensan: No estoy solo. Lo que siento, lo que llena todo mi ser, también lo experimentan otros. DIOS-QUIEN-SERÁ es realidad.
Amén