
Sermón para el Jueves Santo
Congregación Evangélica Luterana La Epifanía
Guatemala, 14 de abril 2022
Pastor Thomas Reppich
Marcos 14, 17-21
17 Al anochecer llegó Jesús con los doce. 18 Mientras estaban sentados a la mesa comiendo, dijo: ―Os aseguro que uno de vosotros, que está comiendo conmigo, me va a traicionar. 19 Ellos se pusieron tristes, y uno tras otro empezaron a preguntarle: ―¿Acaso seré yo? 20 ―Es uno de los doce —contestó—, uno que moja el pan conmigo en el plato. 21 A la verdad, el Hijo del hombre se irá tal como está escrito de él, pero ¡ay de aquel que lo traiciona! Más le valdría a ese hombre no haber nacido.
Queridos creyentes,
Si. Quiero dirigirme a ustedes hoy como creyentes. Como comunidad de personas que están del lado de Cristo y que hoy se reunieron para compartir la cena en comunión, invitados por el mismo Señor. Así como en aquel entonces, en la última noche de libertad de Jesús. Antes de que fuera traicionado, condenado y finalmente asesinado.
Seguro que todos alguna vez estuvimos invitados a una cena de despedida. Una última vez acompañados de buenos amigos, antes de que para ellos comience una nueva etapa de la vida en otro lugar. Son encuentros en los que no solo se come y se bebe bien. Al mismo tiempo hay mucho que contar. Se intercambian buenos deseos. Al final suele haber una especie de juramento de fidelidad. Uno se promete mutuamente de mantener el contacto. También se prevén visitas mutuas.
Sin embargo, por experiencia, sabemos desde hace tiempo que el contacto a menudo se enfrenta a un desafío a medida que aumenta la distancia, a pesar de las posibilidades digitales que existen en la actualidad. Lo que en una reunión amena parece tan sencillo, tiene que demostrarse en la vida cotidiana de manera concreta. Esto tampoco fue diferente después de la cena de despedida de Jesús. Sobre todo por el anuncio de la traición, seguramente se produjo un claro descontento.
El ambiente de confianza casi familiar no es tan armonioso como aparenta ser visto desde afuera. Jesús expresa la amarga verdad: „Uno de ustedes está jugando sucio. Me va a traicionar.“
Esta declaración de Jesús desencadena consternación y tristeza en el círculo de los doce. „¿Seré yo?“ Le pregunta uno después del otro. Los discípulos de Jesús aún no saben de la visita de Judas donde los sumos sacerdotes a quienes quiere entregar a Jesús. Jesús tampoco dice por su nombre que Judas es la persona en cuestión.
¿Ya lo sospecha o incluso lo sabe? ¿Cambiaría algo?
¿Va a interrumpir Jesús la cena? ¿Va a excluir a su traidor de la comunión de la cena? ¿Se denunciará la persona en cuestión a si misma?
Desde nuestro punto de vista sucede lo más asombroso: Jesús continúa con la cena. Casi parece como si sus palabras hubieran dejado de sonar en el salón. Él sigue comiendo junto con los doce, también con aquel que pronto lo va a entregar.
Es más: durante la cena realiza dos acciones simbólicas y las interpreta. Estas acciones y palabras de Jesús también son válidas para todos sus discípulos. Él no excluye a nadie.
Jesús no escoge para sí un círculo perfecto de doce. Él conoce la debilidad humana, si, incluso ni siquiera excluye a los que lo quieren traicionar y entregar. Así tampoco nuestra iglesia es una iglesia de los creyentes ideales y perfectos. Pero a pesar de nuestras debilidades Jesús nos ofrece su comunión. Aún más, su sangre / la entrega de su vida – sucede para nosotros; es por nosotros, de tal manera que también nosotros podemos vivir en el pacto indestructible con Dios. El rito del pan (tomar – bendecir – partir – entregar) y el rito del cáliz (tomar – bendecir – entregar) son las señales de la entrega y el amor de Jesús por nosotros.
En la última cena Jesús promete que la comunión en la cena con él continuará en el Reino venidero de Dios. Nosotros, las cristianas y los cristianos nos reunimos siempre de nuevo en el Nombre de Jesús y celebramos con él la comunión de la cena. Cada vez que lo hacemos, recordamos su última cena. Y al mismo tiempo y más allá comienzan las palabras proféticas de Jesús, a saber, que la comunión con él continuará en el Reino de Dios, ya empiezan a cumplirse en nuestras celebraciones de manera insinuativa y demostrativa.
La comunión con Jesús en la cena es una señal del Reino de Dios en este mundo. El amor y la entrega de su vida, que nos muestra y nos regala en esta comunión, solo pueden ser comprendidos con la lógica del Reino de Dios. En agradecimiento podemos participar de su cena una y otra vez y reorientar nuestras vidas en el poder de su devoción y amor por nosotros.
¡Alabado sea Jesucristo por la eternidad!
Amén.