Uvas agrias y dientes desafilados

Sermón del 3. Domingo después deTrinidad
Congregación Evangélica Luterana La Epifanía
Guatemala, 3 de julio de 2022
Pastor Thomas Reppich

Piedad del que es, del que fue y del que será. Amén

Queridos hermanos;

La guerra en Ucrania lleva 130 días. En este momento es difícil de imaginar que pronto llegará a su fin. Cuando al final de los años 70 nos ocupamos en la clase de historia de la segunda guerra mundial, los informes sobre los tiranos de aquella época tenían algo inimaginable. Como adolescente, no tuve acceso a lo que podría incitar a las personas a actuar de esa manera. En estos días me ocurre algo parecido. No encuentro respuestas a las preguntas ¿Por qué? o ¿Cómo es posible algo así en este tiempo?

Al mismo tiempo recuerdo a aquella escritora y psicóloga suiza, que nació en lo que entonces era Leópolis, hoy Lviv en el occidente de Ucrania: Alice Miller.
Ella escribió en 1990 en su libro „Derribo del muro del Silencio“ sobre los tiranos de la historia más reciente en relación con el tema de abuso infantil:

La abolición del muro del silencio, trata el tema del abuso infantil y marca el comienzo de un desarrollo largamente esperado. Logra las condiciones para la liberación de la verdad desde la cárcel de las opiniones hostiles hacia la vida. Pero para el despliegue de la verdad, para utilizar la verdad al servicio de la vida se requiere más que de nociones estadísticas sobre los hechos. Por ejemplo hay personas que pueden decir fácilmente: me azotaban todo el tiempo cuando era niño. Sin embargo están a kilómetros de distancia de su verdad, porque no la pueden sentir. Carecen de la conciencia, del conocimiento emocional de cómo fue para ellos ser agarrados y golpeados por adultos enojados cuando eran niños pequeños e indefensos. Ellos dicen: „azotados“, y así se identifican con el adulto descuidado, destructivo y que golpea, que desprecia, viola y destruye al niño, sin querer saber nada de ello y que no se preocupa en absoluto por las consecuencias de esas heridas. Tampoco Adolf Hitler negó que lo golpearon. Solo negó las heridas sufridas. Constantemente negaba sus sentimientos y por eso se convirtió en un asesino de millones de personas. Eso no hubiera pasado si él hubiera sentido y llorado su situación y su sufrimiento, si no hubiera reprimido su fundado odio hacia su padre, sino que lo hubiera experimentado y comprendido conscientemente en lugar de pervertir ese odio en una ideología. Lo mismo vale para Stalin, Ceaugescu y todos los demás niños azotados y humillados que luego se convirtieron en tiranos y criminales.

Alice Miller podía escribir así. Ella elegiría palabras similares si aún estuviera viva.
Ella sabía lo que significaba tener que temer por la vida todos los días en el gueto de Varsovia con una identidad falsa. Ella misma fue víctima de la tiranía. Ella tiene el derecho de escribir sobre tiranos… yo no lo tengo.
Ella reflexionó una y otra vez sobre la importancia y las consecuencias fatales de una mala crianza.
En nuestro texto para el sermón de hoy también se trata de la crianza, para ser más preciso, del final de una cierta manera de criar, sin que se diga exactamente en que consiste la crianza en detalle.
Leo algunos versículos del capítulo 18 de Ezequiel (1-3.30-32):
1 El SEÑOR me habló diciendo: 2 «¿A qué viene tanta repetición de este proverbio tan conocido en Israel: “Los padres comieron uvas agrias, y a los hijos les produjo dientes desafilados?” 3 Yo, el SEÑOR omnipotente, juro por mí mismo que jamás se volverá a repetir este proverbio en Israel.
30 Por tanto, a cada uno de vosotros, los israelitas, os juzgaré según vuestra conducta. Lo afirma el SEÑOR omnipotente. Arrepentíos y apartaos de todas vuestras maldades, para que el pecado no os acarree la ruina. 31 Arrojad de una vez por todas las maldades que cometisteis contra mí, y haceos de un corazón y de un espíritu nuevos. ¿Por qué habrás de morir, pueblo de Israel? 32 Yo no quiero la muerte de nadie. ¡Convertíos, y viviréis!
Los patrones de la propia infancia se han marcado profundamente en cada una y cada uno de nosotros. Siempre están allí, aunque hace tiempo los hayamos olvidado. Incluso entonces, cuando los hemos observado y procesado conscientemente.

„Los tiempos anteriormente eran diferentes, señor Pastor.“ Esto lo escuché tantas veces a manera de disculpa cuando los miembros de una congregación hablaban sobre su infancia y no se callaban los castigos y abusos.

El texto para el sermón de hoy nos confronta al inicio con un antiguo y tal vez maravilloso dicho: “Los padres comieron uvas agrias, y a los hijos les produjo dientes desafilados”

Con este dicho se nos explica claramente que la crianza nunca deja de tener consecuencias. Pero lo liberador y lo que nos da valor es la reacción de Dios. Su juicio sobre las personas, que quieren justificar su comportamiento con su manera de ser, es inequívoco. Quien no encuentra otro enfoque de la vida a lo largo de la misma, está perdido.

Nosotros los seres humanos necesitamos de un corazón nuevo, desde el dolor profundo del abuso que hemos vivido e ir hacia un espíritu nuevo, que solo puede tomar forma cuando ese conocimiento ha madurado en nosotros. Ningún „no me dolió“ puede llevarnos allí.

Por eso hoy el mensaje bueno y feliz es: Dios está a nuestro lado. Él quiere una vida buena y plena para nosotros. „¡Convertíos, y viviréis!“ Ese es su sencillo mensaje para nosotros hoy.

La resurrección a la vida es posible. Comienza con introspección y conversión. Su meta es el Reino del Cielo, que puede comenzar aquí y ahora. Todo lo perdido puede volver a la vida y experimentar sanción y salvación. Ese es el regalo de Dios para nosotros.

Alabemos a este Dios que tiene reservado algo para nosotros que continuamente nos sacará de las profundidades. Solo tenemos que „agarrarlo“.

Amén