Se transforma en nosotros

Sermón del 6. Domingo después de Trinitatis
La Epifanía – Ciudad de Guatemala
24 de julio de 2022
Pastor Thomas Reppich

Romanos 6

1 ¿Qué concluiremos? ¿Vamos a persistir en el pecado para que la gracia abunde?

Queridos hermanos,
¿Realmente es como lo sugiere un famoso dicho?
El daño te hace sabio.
Quiero completar el rasgo de nuestro texto bíblico para el sermón de hoy diciendo – con mucho daño nos volvemos más sabios. Pero ¿realmente es así? ¿Qué tanto aprendemos de nuestros errores? ¿O nuestras costumbres están tan arraigadas en nosotros que casi no nos es posible cambiar algo?

Para la literatura y el cine han utilizado este hecho básico de nuestras vidas para crear algo entretenido para lectores y espectadores. Observado desde afuera siempre parece claro hacia adonde tiene que ir el camino luego del más reciente fracaso. Se escuchan juramentos. Desde ahora todo será diferente. No volveríamos a cometer el mismo error. Pero para nosotros los que leemos u observamos, sin embargo, es claro que pronto se repetirá el patrón usual y se repetirá la contrariedad o el Schlimassl como se dice en yiddish. La mala suerte sigue su curso. Está muy lejano un giro hacia el bien, al final es apenas imaginable.

Desde hace mucho tiempo, desde el comienzo de la memoria humana las opiniones difieren respecto de la forma como se deben manejar los errores. Mientras que unos opinan que el castigo debe ser tan severo que nadie recurra a tal comportamiento por disuasión, otros están convencidos que cambiar el comportamiento siempre implica perspicacia. Solo quien comprende que su propio actuar no lleva a la meta, intentará tomar otro camino.

En la ética judío-cristiana los 10 mandamientos fueron por mucho tiempo una base inequívoca de una vida que glorifica a Dios y que maneja las relaciones interpersonales de la mejor manera. Nuestro barco de la vida debe mantenerse en el rumbo correcto y ser protegido de desgracias mediante marcas y balizas cuando navegue en aguas difíciles.

En estos días hablé con las alumnas y alumnos sobre la regla de oro: „en todo tratad a los demás tal y como queréis que ellos os traten a vosotros,“ dice Jesús en el Sermón de la Montaña (Mateo 7,12). En el libro de Tobit dice, visto desde otra perspectiva: „¡Lo que no quieras que te hagan a ti, tampoco se lo hagas a los demás!“ (4,15)

En ambas versiones la regla de oro no es una respuesta a situaciones éticas concretas que nos desafíen a actuar. Son algo así como un fundamento de nuestro comportamiento ético – y muchos la ven, aunque no se consideren creyentes, como apropiada para mantener buenas relaciones interpersonales.

En la última hora de clase discutimos si la regla de oro puede ser aplicada hoy en día. La situación inicial era una fiesta de graduación planeada. Esta está en peligro de ser cancelada luego de que un tercio de alumnas y alumnos enfermó de Covid. En un panel de discusión se evaluaron los argumentos de alumnos, profesores, directivas del colegio, consejo estudiantil, departamento de salud y padres de familia. Me sorprendió la forma tan objetiva y relajada en la que fueron presentados los argumentos. Era perceptible la voluntad de llegar a una solución en conjunto y al final se encontró lo siguiente: la fiesta de graduación no sería cancelada solo sería aplazada. En la argumentación concreta no se pudo evidenciar la regla de oro, por la que todos los grupos debían orientarse. ¿Fue más bien la actitud iniciada por la regla de oro?

Seguro habrá cada vez más personas que volvieron a retomar sus costumbres luego de que las precauciones de seguridad del duro tiempo de la pandemia están más relajadas. Otros, sin embargo, se han vuelto cuidadosos. No ven en la pandemia solo un periodo de tiempo limitado, sino un cuestionamiento fundamental a nuestras costumbres y a las regulaciones relacionadas que tienen en cuenta la salud de todos.

Los caminos equivocados y las malas costumbres siguen siendo lo que son incluso en tiempos mejores.

El apóstol Pablo continúa su argumentación de la siguiente manera:
2 ¡Por supuesto que no! Los que ya hemos muerto para el pecado, ¿cómo vamos a seguir viviendo en pecado? 3 ¿No saben ustedes que cuando nos unimos a Cristo en el bautismo fue como si hubiéramos muerto con él? 4 En realidad, nuestra vieja naturaleza quedó sepultada con Jesús en el bautismo. Y así como Dios el Padre, con su poder glorioso, lo volvió a la vida, también así a nosotros nos levantó para que viviéramos una nueva vida.

Como bautizados algo se transforma en nosotros. El „pecado“ del que habla Pablo de manera general es lo que se interpone en el camino de una buena convivencia; eso que nos hace creer que no hay un Dios y que por eso podemos hacer lo que se nos de la gana; ese pecado quiere convencernos una y otra vez que no tenemos que cambiar. Solo somos hijos de una época determinada. Lo que pasa no se debe a nosotros. Nos encontramos en él y simplemente no podemos hacer otra cosa.

Para Pablo el bautizo es – y por eso solo el bautizo de adultos es como un acto de confesión – el paso consciente hacia otra vida, una vida cambiada. Este cambio es una „resurrección hacia la vida“ como algunos lo resaltaron.

Valentin Weigel, un escritor místico-teosófico, que vivió en el siglo 16, lo expresó de una manera diferente:
„El segundo nacimiento« se da por el Espíritu Santo.
En él todo el Cristo viene a nosotros,
todo el Reino de Dios.
Todo está dentro de nosotros, pero no lo vemos.
Tenemos que esperarlo, reconocerlo, encontrarlo y tomarlo.
Tenemos que sentirlo y saborearlo en nosotros,
en el fondo de nuestra alma.
Este espíritu es Dios mismo en nosotros.
Él es nuestro cielo y nuestro reino.
Él es el tesoro escondido en el arado;
Él es el grano de mostaza, la perla noble.
El Reino de Cristo no esta afuera de nosotros sino dentro de nosotros.
No tiene que entrar primero en nosotros,,
pues ya está en nosotros.
Pero debemos reconocernos
como su morada, como un templo de Dios.“
(Citado por: Jörg Zink, Bajo el gran Arco, Stuttgart-Zurich, 2001, página 305)

Luego del „segundo nacimiento“ el mundo nunca más vuelve a ser el mismo para nosotros los cristianos. No podemos ponernos y luego quitarnos la fe encontrada y dada como un vestido según la ocasión y la hora del día.

Quien ha reconocido a Dios, quien siente el Reino de Cristo en su interior, no puede hacer nada diferente que dejar actuar al Espíritu en él. Nuestra alma permanecerá en Dios -sin que esta sea siempre nuestra intención – y hará lo correcto e indicado por Dios.

Amén