Sermón de año viejo – Nahbollenbach, 31.12.2019
Sí creo, ayúdame en mi poca fe!
Así dice el versículo para el año que comienza hoy. El cambio de año es un tiempo en el que, quizás como en ningún otro, miramos en retrospectiva todo aquello que ocurrió, pero también sobre todo aquello que no fue en el año pasado, o lo que fue diferente a lo que esperamos. Es un tiempo en el que giramos alrededor de nosotros mismos.
Para el cambio de año, muchos de nosotros hacemos buenos propósitos de hacer lo uno o lo otro o de dejar de hacer algo. Los propósitos son acompañados por la esperanza, que todo salga como lo esperamos, que el nuevo año al fin traiga todo lo que los años anteriores no se hizo realidad.
Sí creo, ayúdame en mi poca fe!
Un versículo para el año como éste es apropiado para la transición de un año hacia el siguiente. Seguramente, no todo depende de ello, pero no puede hacer daño no incluir en la expresión de buenos propósitos y con la aclaración de intenciones, que al final nada resultará, como es lo habitual.
Queremos creer en que todo saldrá como lo esperamos. Y sin embargo hay dudas. Se muestran a más tardar en la siguiente semana, cuando nos hemos dado la primera prórroga, cuando nos decimos interiormente que el año comienza en la segunda semana del calendario. Hasta ese momento todavía hay suficiente tiempo para reflexionar sobre los propósitos e intenciones.
Quiero ahora ahondar más sobre el contexto del versículo para el nuevo año, que se encuentra en el capítulo 9 del Evangelio según San Marcos. Nos ayudará a comprender de qué manera podemos encontrar nuestros propósitos.
San Marcos 9: 14-29
14 Cuando llegaron adonde estaban los otros discípulos, vieron[1] que a su alrededor había mucha gente y que los maestros de la ley discutían con ellos. 15 Tan pronto como la gente vio a Jesús, todos se sorprendieron y corrieron a saludarlo. 16 —¿Qué estáis discutiendo con ellos? —les preguntó. 17 —Maestro —respondió un hombre de entre la multitud—, te he traído a mi hijo, pues está poseído por un espíritu que le ha quitado el habla. 18 Cada vez que se apodera de él, lo derriba. Echa espumarajos, cruje los dientes y se queda rígido. Pedí a tus discípulos que expulsaran al espíritu, pero no lo lograron. 19 —¡Ah, generación incrédula! —respondió Jesús—. ¿Hasta cuándo tendré que estar con vosotros? ¿Hasta cuándo tendré que soportaros? Traedme al muchacho. 20 Así que se lo llevaron. Tan pronto como vio a Jesús, el espíritu sacudió de tal modo al muchacho que éste cayó al suelo y comenzó a revolcarse echando espumarajos. 21 —¿Cuánto tiempo hace que le pasa esto? —le preguntó Jesús al padre. —Desde que era niño —contestó—. 22 Muchas veces lo ha echado al fuego y al agua para matarlo. Si puedes hacer algo, ten compasión de nosotros y ayúdanos. 23 —¿Cómo que si puedo? Para el que cree, todo es posible. 24 —¡Sí creo! —exclamó de inmediato el padre del muchacho—. ¡Ayúdame en mi poca fe! 25 Al ver Jesús que se agolpaba mucha gente, reprendió al espíritu maligno. —Espíritu sordo y mudo —dijo—, te mando que salgas y que jamás vuelvas a entrar en él. 26 El espíritu, dando un alarido y sacudiendo violentamente al muchacho, salió de él. Éste quedó como muerto, tanto que muchos decían: «Se ha muerto.» 27 Pero Jesús lo tomó de la mano y lo levantó, y el muchacho se puso de pie. 28 Cuando Jesús entró en casa, sus discípulos le preguntaron en privado: —¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo? 29 —Esta clase de demonios sólo puede ser expulsada a fuerza de oración[2] —respondió Jesús.
Resumiendo quiero decir hoy: hay algunas situaciones en nuestras vidas que nos agobian hace tanto tiempo, situaciones que nos tienen poseídos, que nos afectan tanto que los demás ya no nos reconocen y podrían decir: “está poseído por un espíritu malo”
Si esta condición se mantiene por mucho tiempo, perdemos la visión de algunas realidades en la vida. La percepción está tan limitada, que los demás se preocupan. Por último puede ocurrir que nos alejemos del todo de las personas que se dedicaron a nosotros hasta el final.
Si entonces logramos levantar la mirada, nos preguntamos lo que se preguntó el salmista: levanto mis ojos hacia las montañas, de dónde me viene la ayuda?
El que se da prisa porque el niño está enfermo, quien escuchó que Jesús está cerca y le pide ayuda, en el fondo ya perdió toda esperanza. Hasta ahora nadie le había podido ayudar. Cuando Jesús se vuelve hacia él, en el primer momento se siente aliviado. La duda queda. Podrá Jesús lograr lo que hasta ahora nadie había podido hacer?
La primera respuesta que Jesús le da al padre, antes de que tome a su hijo de la mano y lo levante, es bastante desconcertante. “Al que cree todo le es posible.”
¿Eso qué quiere decir? El padre hace tiempo que sabe que le falta la fe. Debe seguir pensando que su falta de fe es la que ha imposibilitado la ayuda de otros.
Como en años anteriores se detiene por un momento y entonces le llega una frase sincera: Sí creo, ayúdame en mi poca fe!
Si, quiero creer que es posible, a pesar… si en contra de mis dudas y de mi falta de fe, que algo es posible, de lo que sé que me va a salvar otra persona.
Fe contra falta de fe, así de fácil debe ser. Debo creerlo! La experiencia nos dice con demasiada frecuencia, todo lo contrario.
Si la historia terminara con esto, algo muy importante quedaría escondido. El corto diálogo entre los discípulos y Jesús es significativo. El revela un punto decisivo. A los discípulos que luchan contra el hecho de no haber podido ahuyentar al espíritu, Jesús les dice: “lo que ustedes querían es posible solo con la fuerza de la oración.”
Incluso el padre estaba escéptico, porque no quería creer que con la imposición de manos pudiera ocurrir el milagro.
Quien conoce la fuerza de la oración sabe y ha experimentado que no es suficiente enviar una oración de emergencia en una situación agobiante.
Oración, la que quiere poner en movimiento un proceso de sanación, es un proceso en el que nos hundimos cada vez más dentro de Dios hasta que somos uno con él.
A veces ese proceso comienza con un momento de silencio. Nos callamos y nos concentramos en Dios. Como en la siguiente oración de John Mbit de Kenia:
Señor, estoy harto
De tronchar mi nuca para seguir con la mirada cada espejismo
No me voy a volver a voltear
Veo recto y callo
Le concedo descanso a mi nuca.
Pues mi nuca está cansada
Cansada de girar y girar
Me convierto en una persona que anda derecho,
Que mira los caminos que tu me muestras.
Mis oídos están cansados del bullicio de los trenes y carros
Cansados de la repercusión de las palabras
Del dolor de cabeza de días venideros.
Estoy muy, muy cansado
Sordo y casi como muerto del bullicio ensordecedor
Que me rodea.
Estoy cansado, de ser irritado por todas las cosas afuera
Y por el egoísmo adentro.
Señor se tu delante de mi alma,
Envuélvela, para que tu amor me guíe
Y yo encuentre en mi vida una alegría que permanezca.
Que en el silencio ante Dios, en el silencio del diálogo con él encontremos la tranquilidad y la paz y fortaleza cuando salgamos de allí para continuar nuestro viaje por la vida, por el nuevo año.
Amén