Escúchame!

Ráquira – Colombia

El internet se ha convertido para muchos de nosotros en un lugar así. Un lugar que no queremos perder.

La fe que ha unido a la gente a través del tiempo siempre ha sido un lugar tan diferente. Un lugar que une, aunque hay mucho que nos separa normalmente, no solo el acercamiento físico, como en estos días.

A veces la conexión no es tan buena en estos días, la imagen se congela. Demasiadas personas están en el camino de la red mundial del internet. Nos preguntamos qué alcanzó a llegar al otro lado de lo que acabamos de decir. Entonces nos pasa casi lo mismo que al salmista que clama a Dios y quiere estar seguro que el Eterno lo escucha.

Salmo 27

7 Oye, Señor, mi voz cuando a ti clamo; 

compadécete de mí y respóndeme. 

9 No te escondas de mí; no rechaces, en tu enojo, a este siervo tuyo, porque tú has sido mi ayuda. No me desampares ni me abandones, Dios de mi salvación. 

11 Guíame, Señor, por tu camino; dirígeme por la senda de rectitud, a causa de los que me acechan. 

12 No me entregues al capricho de mis adversarios, pues contra mí se levantan falsos testigos que respiran violencia. 

13 Pero de una cosa estoy seguro: he de ver la bondad del Señor en esta tierra de los vivos.

Padre Eterno,

Nos volvemos hacia ti

Y queremos sentir tu presencia

Clamamos a ti y queremos escuchar tu voz

Nos abrimos a ti.

Permítenos sentir que ya estás ahí

Yo soy el que soy, dices tu.

¡Escucha! Nos llamas

Así yo puedo ser quien siempre he sido y seré.

Amén. ¡Así sea!

Quiero reflexionar hoy sobre algunas palabras del profeta Jeremías. Así dice en el capítulo 31:

31 »Vienen días —afirma el Señor— en que haré un nuevo pacto con el pueblo de Israel y con la tribu de Judá. 32 No será un pacto como el que hice con sus antepasados el día en que los tomé de la mano y los saqué de Egipto, ya que ellos lo quebrantaron a pesar de que yo era su esposo —afirma el Señor—. 33 »Éste es el pacto que después de aquel tiempo haré con el pueblo de Israel —afirma el Señor—: Pondré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. 

¿Por qué todo tiene que ser siempre nuevo? Se preguntan algunos de nosotros en estos días. Y muchos asocian un regreso a la vida cotidiana habitual con un regreso a un camino conocido. No quieren comenzar de nuevo sino seguir desde allí en donde hace semanas estuvieron obligados a interrumpir sus vidas.

Leí lo siguiente hace algunos días en un tratado filosófico sobre senderismo: “Un buen viajero es una persona que no sabe hacia adonde va su viaje.”

Pero tener una meta ante los ojos no siempre infiere el camino hacia ella. ¿Es esto sutil? Creo que no. Como se sabe muchos caminos llegan a Roma… y tal vez también otros además de los conocidos a Guatemala y nos daremos la vuelta asombrados. 

Saber a dónde se quiere ir no siempre es suficiente en la vida. Para poder seguir el camino que está destinado para uno, primero hay que tener una meta clara. Considero que es igual de importante confiar en el camino que abierta y honestamente al comienzo parece mas bien incierto ante nosotros. Tal vez conozcamos escalas de nuestro viaje. Sin embargo es aconsejable contar con giros. Eso es lo que nos demuestran estos días.

Desde la perspectiva de Dios el ser humano siempre va nuevamente por mal camino. Se desvió de su camino. Por curiosidad, por arrogancia, por egoísmo, por sabelotodo, quién puede decirlo de manera concluyente. Tal vez solo porque siempre ha sido así y nadie se ha dado cuenta o ha querido admitir que este camino es incorrecto.

Dios nos envía profetas una y otra vez y con ello la esperanza:

»Éste es el pacto que después de aquel tiempo haré con el pueblo de Israel Pondré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.« (Albert Kitzler, Sobre la felicidad del senderismo, un compañero de camino filosófico, Munich 2019, Pág. 65)

En esto Dios se parece a padres amorosos que no pueden obrar de otra manera que comenzar el nuevo día con una nueva promesa

Quien está en camino a veces pierde de vista la meta. No solo porque hace tiempo que renunció a aquello que deseó y esperó con tantas fuerzas. No porque escogió otra meta. Más bien, porque para estar en movimiento es necesario sumergirse en el aquí y el ahora.

Quien no puede estar en movimiento, quien no puede valorar el camino hacia la meta como tal, va a sentir que cada paso es tedioso y arduo. Sin embargo, si nos abrimos, cada instante del camino puede tornarse en un “momento precioso” (en alemán se dice Augenblick – que traducido literalmente es Augen: ojos y Blick: mirada, es decir lo que los ojos ven).

Ese contemplar, como lo llaman algunos, es igual a lo que el salmista llama la gloria de Dios:

Su gloria llena toda la Tierra Ps 72,19

Al contemplar percibimos la gloria de Dios. A la vera del camino nos convertimos en contempladores, sentimos su gloria. Algunas cosas en la vida seguramente serían diferentes si contempláramos con más frecuencia, si pudiéramos comprender la contemplación como una meta.

En estos días, cuando miramos al cielo, incluso por pocos momentos, percibimos en parte algo que no debemos ignorar. Actualmente vemos el cielo de un azul, como fue posible hace décadas en regiones de la Tierra en donde la densa red del tráfico aéreo es demasiado visible. ¿Quién realmente quiere decir que nuestra forma de vida no dejaría huella?

Con frecuencia regresamos transformados de un viaje. Algunos con la visión de que realmente va a comenzar un nuevo tiempo porque la vida en sí es demasiado valiosa para simplemente dejarla pasar en la monotonía cotidiana.

De la  כָּבוֹד (kawod), Gloria de Dios surgió de la historia de fe de los judíos שְׁכִינָה (šəchīnāh),  lo que significa que Dios vive en nosotros, es decir está con su presencia en nosotros.  Una presencia que trae a nosotros שְׁכִינָהque significa serenidad, felicidad y paz. ¿No es eso lo que buscamos y anhelamos más que cualquier otra cosa en estos días? 

¡Que Dios escriba esto de nuevo en nuestros corazones! 

Amén

Oración

Señor, como un árbol, que así sea mi vida ante ti

Señor, como un árbol, que así sea mi oración ante ti.

Dame raíces que alcancen la tierra

Arraigadas en la fe de mis padres.

Dame la fuerza para crecer en un tronco sólido

Para que pueda estar de pie erguido en mi lugar y no me tambalee

A pesar de las tormentas enfurecidas

Haz que de mi se levanten ramas libremente

Oh mis hijos, Señor, deja que se fortalezcan

Y sus ramas estén en el cielo.

Dame futuro y permite que las hojas reverdezcan

Y luego de los inviernos que la esperanza florezca nuevamente

Y cuando sea el tiempo déjame traer frutos.

Señor, como un árbol, que así sea mi vida ante ti

Señor, como un árbol, que así sea mi oración ante ti.

Lothar Zenetti