Vanidades III

“Ya basta. Es indignante cómo tuerces los hechos.”

Con la mirada apartada de él Zarah luchaba por mantener la compostura.

“Se acabó. Eso me lo tienes que creer.”

Teatralmente ella agitó los brazos de un lado al otro, balanceó el torso y casi perdió el equilibrio con ese movimiento.

“No hay razón para sentarme en el banco de los acusados. Tú me engañaste.”

Se escuchó un sollozo. Claramente aburrido él miró afuera de la ventana.

“¡Mírame cuando te hablo!”

Una mirada reacia la tocó.

“Estás loco. ¿Te lancé a los brazos de esa puta?”

Asombrado él mueve la cabeza en señal de desaprobación. 

“Fue hace años. Compartimos una noche. Nada más. Nunca lo hice secreto. En cambio tu necesitaste varios meses para hablar claramente conmigo. Deja el teatro y quédate en la realidad de los hechos.”

“¿Quieres decirme que ya no sientes nada por ella?”

“No escuchas, fue hace años.”

“No te has soltado de ella. Bastó una noche para que ella te enredara la cabeza por el resto de tu vida. Lo puedo sentir. Sucumbiste a ella sin voluntad. No lo niegues. Veo cómo cada noche miras lánguidamente por la ventana.”

“No puedo seguirte.”

“Quieres decir que anoche no estuviste mucho tiempo allí parado. Te hablé. Tú no reaccionaste. ¿Te das cuenta cuando te hablo? No, espera, tienes los oídos tapados con cera. Hace tiempo que vives en otro mundo.”

Zarah hizo una pausa.

“¡Mírame cuando te hablo! Perro cobarde. Descendiente de una perra callejera:”

“No voy a seguir escuchando esto.”

“Admítelo. En pensamientos estás en los brazos de esa bruja.”

“Es suficiente. ¿Te escuchas a ti misma?”

“¡Te soy una molestia. Admítelo!”

Sin contestar él se levanta y da un paso hacia la puerta del apartamento.

“Inicias la huida. Eso es típico en ti.”

Él despertó en medio de la noche. Confundido miró a su alrededor. Una oscuridad desconocida lo rodeaba. El aire olía a desgastado. Se levantó y fue hacia la ventana, movió la cortina hacia un lado y miró al parqueadero escasamente iluminado. Reconoció su carro. Facetas de la última hora centellaron como puntos de luz desde la distancia. Su vida, este drama estaba dando un giro que en pensamientos ya había vivido muchas veces.

“¿En dónde estás?” La pregunta de Zahra hizo eco en él.

¿En dónde estaba? No se acordaba.

Zahra le hizo una seña agitando la mano. Él la vio con una mirada suplicante frente a él. Se sintió enfermo al pensar en el frágil carácter de ella. Ella no se hará daño.

Le resultó muy difícil volver a dormir.

“¿Estás dispuesta a conversar conmigo con calma?”

Los ojos de ella difundían veneno.

“¿El señor desea conversar? Enciende el televisor. Tal vez encuentres allí lo que buscas.

“Hablemos de todo con calma nuevamente.“

“¿Hablar con calma?”

“Simplemente nos escuchamos mutuamente. ¿Qué opinas?”

Ella parecía reflexionar, se apartó, desapareció. Después de unos minutos apareció con una charola.

“Tienes razón. Intentémoslo.”

“¿También quieres un té?”

Él asintió.

“¿Deseas comenzar tú?” Interrumpió él el silencio.

“Eso es típico otra vez. Me dejas hablar. Te lo haces fácil. Así solo tienes que responder a mis palabras. Eres cobarde.”

Resignado él negó con la cabeza. Dejó la taza y se incorporó.

“Da lo mismo quién de nosotros comienza. Si deseas, empiezo yo.”

“Está bien, entonces empiezo yo.”

Él reprimió el impulso de contradecir. Lo que tenía que decir sería lo mismo dentro de algunos minutos.

“Desde aquella noche.”

Él la interrumpió.

“¿Te refieres al único paso en falso?”

“A qué más podría referirme. ¡Déjame terminar!”

Asintió disculpándose.

“Solo quiero asegurarme de que te entendí bien.”

“Eso es nuevo para mi.”

“Tu ironía no nos ayuda.”

Ella se levantó y caminó lentamente por la habitación.

“De nuevo”, comenzó ella con la voz temblorosa, “desde aquella noche y puede ser que haya sido hace años luz, se rompió mi confianza hacia ti. Y constantemente me estás dando nuevas razones para preguntarme, ¿de dónde viene el señor hoy?”

“Fue una sola vez. Y no cambia si tú me acusas permanentemente de eso.”

“Queríamos dejar terminar de hablar el uno al otro.”

“No digo nada más.”

“No confío en ti.”

“Eso lo percibo claramente.”

“No tiene sentido. En eso de escuchar no pareces tener éxito. Dejémoslo por hoy.”

“Perdona, pero ¿qué va a ser diferente mañana? Sigue hablando. De verdad ya no voy a interrumpirte más.”

“Eso es difícil para mi.”

Por un momento ella cierra los ojos.

“Desde aquella noche todo cambió. Mi confianza en ti era ilimitada. Nunca puse algo en tela de juicio. Un error, como se vio después.”

“¿Estás herida después de años? ¿O eres rencorosa?”

“¿Te escuchas a ti mismo? Me interrumpes constantemente y me haces insinuaciones sin sentido. Estuve y estoy herida.”

“No dije nada diferente. ¿Por qué se te ha hecho tan difícil todos estos años perdonarse?”

Ella comenzó a llorar. Sollozando se sentó en el sofá. Él prefirió quedarme en la mesa del comedor.

“¿Sabes lo que me hiciste entonces? Queríamos tener hijos. Estoy tan feliz que no haya resultado. Difícil de imaginar cómo hubiera transcurrido mi vida. Yo como madre soltera, abandonada por su esposo porque se fugó con otra.”

“Nunca hablamos sobre tener hijos.”

Ella alzó la mirada sorprendida.

“Una familia se conforma con hijos. Estábamos de acuerdo. ¿Acaso no?”

“Eso no lo dije. Solo me pregunto cuándo fue que hablamos de ello. ¿Tomamos juntos la decisión de tener un hijo?”

“Deplorable como lo más natural del mundo es arrastrado por la tierra por ti.”

Ella brincó un paso hacia él. Confundido él la miró. Con dos manos hechas puños en alto se quedó parada frente a él.

“¿Por qué fue que no hablamos sobre lo más natural?”

Resignada se dio la vuelta y se sentó nuevamente en el sofá.

“También se puede hablar sobre todo hasta el aburrimiento.”

“No hablo de eso. Nunca compartiste conmigo tu deseo de tener hijos.”

“¿Te deslizaste en los brazos de otra para poderlo compartir conmigo?”

“Así no lograremos conversar de una manera distinta. Es mejor que dejemos de hacerlo.”

“Quieres reprenderme porque no soportas que utilice tonos críticos como tú. Tú eres tan intocable.”

“No, no lo soy. Tus palabras me hieren y solo llevan a que quiero ponerle un final a todo.”

“Vete. No se te ocurre algo mejor. Cuando se vuelve incómodo para ti, buscas la distancia.”

“¡No tientes a tu suerte! Mi paciencia se acabó.”

“La mía hace tiempo. Desde aquella noche.”