
Queridos hermanos,
todos conocemos esas situaciones en las que buscamos algo desesperadamente sin poderlo encontrar. No me refiero a esas que cada vez son más frecuentes a medida que vamos envejeciendo. No me refiero a la búsqueda de recuerdos que se escabulleron de nuestra memoria. No me refiero a las intenciones que olvidamos de camino a la cocina que nos confunden y nos hacen buscar con la mirada por todos lados.
Quiero hablar hoy de aquello que también se nos puede perder: la alegría de vivir. La alegría del uno por el otro. La alegría de un día que acaba de comenzar.
En nuestras incesantes búsquedas de una respuesta con frecuencia miramos a nuestro alrededor y reprendemos a la persona que pasa por nuestro campo visual. No es raro que literalmente nos aferremos a ella y que la hagamos responsable de que todo sea como es.
Supuestamente nos sentimos mejor cuando encontramos un destinatario para nuestra propia inquietud, para nuestra insatisfacción.
Preguntamos: “¿Por qué hiciste….?” “¿Por qué no hiciste….?” Realmente creemos que podemos buscar y encontrar la culpa de nuestro propio dilema en el otro. Si solo hubieras… entonces…
En realidad nos perdimos a nosotros mismos… nos perdimos en costumbres desagradables, nos perdimos porque somos desatentos en el trato con nosotros mismos y con los demás. Finalmente también nos perdimos, porque nos alejamos de la fuente de nuestra vida.
Todo aquel que olvida en estos días de calor veraniego de regar las plantas, sabe, en sentido figurado, como nos sentimos cuando perdemos de vista la fuente de nuestro ser así sea por un corto momento.
Dios ya no puede contar los nombres de los que les ocurre esto. Nosotros también formamos parte de ellos. Y justo por eso se alegra Dios como una madre o un padre cuando su hijo encuentra el camino de regreso a la vida. Y su alegría es sumamente grande sobre cada uno de nosotros, a quienes ve crecer y germinar como una flor. Es posible, no, des seguro que nuestros días están contados, pero mientras estemos vivos podemos desplegarnos y mostrarnos en todo nuestro esplendor.
Quiero llevarlos a aun corto paseo por un jardín, como nunca antes había visto, tan lleno de color y diversidad, así como somos todos y gracias a Dios podemos ser.
La ira y la rabia que sentimos hacia nosotros y hacia otros hacen que nuestros días sean grises e insoportables. La constante lucha con aquello que sucedió, lo que a veces en estos días – y todos saben de qué hablo – no se puede cambiar, puede cortarnos la línea de vida. También la impotencia que sentimos de vez en cuando es una mala compañía.
La alegría de vivir o la alegría que sentimos cuando estuvimos cerca de nuestra fuente de vida y comenzamos a sentirnos más libres para desplegarnos, es maravillosa.
Por eso quiero descubrir y percibir nuevamente el tiempo lleno de Dios. Quiero dejarme rozar y tocar por Dios. Así lo perdido que hay en mi también puede volver a su lugar de su hogar y destino. Y tal vez, no, estoy seguro, allí me espera la vida con los brazos abiertos y me sonríe y encuentro algo de lo que creí haber perdido.
El amor de Dios es como el sol que está siempre en todas partes. Eso está bien, pienso para mi y confío en que aquel que permanece bajo ese sol, no se pierde.
Amén