
Sermón del domingo Exaudi
La Epifanía – Ciudad de Guatemala
16 de Mayo 2021
Pfr. Thomas Reppich
Queridos hermanos,
hoy quiero hablarles de la vida de dos hombres. Dos hombres que vivieron en dos épocas completamente diferentes y a los que sí los une algo: el hambre y la sed de vida. Ambos buscan, a su manera, una vida plena.
Uno de ellos es Félix Hoffman, una personalidad respetada de nuestros días. Un hombre que está en la cumbre de su carrera profesional, alguien que acaba de ser nombrado cónsul de una capital europea.
El otro es el profeta que algunos creían que era el Mesías en la época en que vivió. Un hombre lleno de carisma, un hombre del pueblo, humilde y a la vez tan claro en sus ideas, que asustaba a los demás.
Volvámonos primero hacia el señor Hoffmann:
Félix Hoffmann, el diplomático de cincuenta y nueve años que en la noche anterior tiene una recepción, intenta comprender las palabras iniciales de un libro que encontró en un armario polvoriento del desván de su casa. Aunque anteriormente como laico intentó encontrar su camino por los matorrales de la filosofía, nunca se atrevió a acercarse a la obra del autor que escribió el libro, Baruch de Spinoza.
“Después de que la experiencia me ha enseñado, que todo lo que se nos ofrece en la vida, con frecuencia es frívolo y sin valor, como vi que todo, a lo que le temía y de lo que tenía miedo, solo contenía lo bueno o lo malo en la medida en la que el alma se dejara conmover, así resolví finalmente investigar, si hay algo con lo que el alma se llene que sea un verdadero bien, del cual se puede participar y solo con ello, con excepción de todo lo demás, se llene el alma. Si, si hubiera algo a través de lo que yo, cuando lo haya encontrado y alcanzado, pudiera disfrutar de alegría constante y para siempre.”
La frente de Hoffmann se frunce. De una manera peculiar, las palabras de aquel hombre del siglo diecisiete lo conmueven. Algo en él comienza a sonar. ¿Pero qué es lo que Espinoza tiene para decirle?
Felix Hoffmann ha tenido que comprobar en el transcurso de su vida una y otra vez, que demasiadas cosas finalmente son “frívolas” y “sin valor”. Ensimismado mira el vaso de vino delante de si, toma un sorbo, mira por la ventana y contempla el espléndido juego de colores del sol poniente. ¿No sería el momento de estar satisfecho? ¿Ahora que logró alcanzar la meta de su vida profesional luego de muchos reveses en los últimos años?
Si, pero a qué precio. Los muchos cambios de ubicación en su carrera diplomática le dejó poco tiempo para su familia. Se siente notablemente solo. Debe admitir que su esposa le ha sido leal a través de todos los altibajos del matrimonio. La pérdida temprana de sus dos hijas, sin embargo, nunca la superó. Una murió de cáncer, la otra, años más tarde de una sobredosis.
Primero la muerte prematura de la hija menor. Todavía tiene presente la despedida en la habitación de la enferma. Esa sonrisa llena de paz y sus últimas palabras: “Tranquilo, déjame así. Lo sé.” Desde entonces se ha preguntado muchas veces qué fue lo que ella trató de decir. ¿Había experimentado ella en su última hora lo que él ha estado buscando inútilmente hasta el día de hoy?
Unos años después murió su hija mayor de una sobredosis. Ella nunca pudo olvidar la muerte de su hermana.
Una noche antes de que se enterara de su muerte, pudo encontrar tranquilidad por última vez y había podido dormir. Desde entonces las noches se convirtieron en día para él, las que ha pasado cada vez más a menudo con excesos de comida…
Mientras que se rellena sin medida con restos de pasteles, ensaladas y otras delicias, una inquietud crece en él que casi le hace perder los sentidos. ¿Qué fue lo que lo golpeó tan hondo de las palabras de Spinoza?
Su mirada deambula por encima de algunas frases… “resolví finalmente investigar, si hay algo con lo que el alma se llene que sea un verdadero bien, del cual se puede participar y solo con ello, con excepción de todo lo demás, se llenara el alma…”
Las últimas palabras resuenan en él “…se llenara el alma.” Qué no daría él por finalmente volver a encontrar la paz después de tanta inquietud sin descanso de los últimos años. Solo poder volver a dormir una noche…
Con montones de comida ha espantado en los últimos años no solo las noches que parecen no querer terminar. De repente se da cuenta, como su sed y su hambre por una vida plena han permanecido hasta el día de hoy indómitos e insatisfechos.
Como Spinoza, de repente sintió un anhelo por algo que, si lo encontraba, daría lugar a “una alegría constante y perfecta”. (Leon de Winter, El Hambre de Hoffmann)
Hasta aquí sobre la vida de Félix Hoffmann.
Ahora hablemos del caminante inquieto de Nazaret. Hace un buen tiempo está en camino para hablarle a la gente del Reino de Dios. Siente que es tiempo de reflexionar sobre el status quo de la vida. Muchos de sus paisanos y hermanos en la fe se las han arreglado con las condiciones. Las circunstancias podrían ser otras y mejores, pero les falta la fuerza, a veces también imaginación de que la vida también podría ser diferente.
Este Jesús de Nazaret es muy distinto. Él quiere despertar a la gente. Él les muestra nuevamente cada día el valioso tesoro que está escondido en la fe de sus antepasados. Para él es un fundamento, el fundamento de la vida. Él insiste una y otra vez en que en Dios está la fuente de vida. Para algunos él se convierte en una molestia por lo que dice. Hace tiempo los creyentes se han reunido alrededor de un culto que vive más de las formas externas y de los mandamientos. Todo está bien organizado.
Sin embargo, Jesús se encuentra con personas que no pueden hallar su camino en esta vida completamente administrada. Personas que se enferman de cuerpo y alma y no desean nada más fervientemente que la vida pudiera comenzar nuevamente. Su sed y hambre están insatisfechos.
Un día él dice algo que conmueve a algunos y a otros los desconcierta aún más:
En el último día, el más solemne de la fiesta, Jesús se puso de pie y exclamó: —¡Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba! San Juan 7, 37
Muchos lo consideran ahora aún más arrogante. Algunos incluso ven en él un peligro. Pero hay gente que le da importancia a sus palabras. Gente que lo sigue.
Jesús ve en el hambre y en la sed de sus contemporáneos su propia hambre, un hambre y una sed que es tan elemental que hay que saciarlo… y cuando hay escasez de agua y de alimento, los pozos se han secado, las panaderías no tienen mas pan, entonces hay que marcharse. Seguramente esta también fue una de las razones de su desasosiego, para su andar continuo y permanente.
De pronto me asalta un pensamiento: ¿Puede ser que Dios a veces nos lleva a nosotros los humanos al borde del abismo, para dejar claro, qué es lo que finalmente cuenta en la vida, qué es lo que después de todo satisface el hambre y calma la sed?
¿Puede ser que una vida plena es más que la prosperidad, un culto vivo y bien organizado en la casa del Señor?
La comida y bebida mantienen unidos el cuerpo y el alma.
¿Queridos hermanos, ustedes no conocen también momentos en los que la más excelente comida terrenal y el más exquisito vino terrenal no logran calmar la sed y el hambre en uno?
¿Puede ser que encontremos nuestro designio como personas en nuestra fe en Dios, que a nosotros los cristianos se nos presenta como Jesús? Entonces Dostojewski tendría razón con su pregunta retórica, cuando dice: “¿Puede el ser humano sin Dios ser humano?”
Y pregunto hoy: ¿Puede un ser humano sin Dios saciar su hambre y su sed?
Nosotros las personas que pensamos, sentimos y actuamos de forma moderna frecuentemente consideramos posible la vida más allá de Dios. De manera que deambulamos inquietos por años en nuestra vida sin encontrar paz en el alma. Como cuando nuestra hambre y nuestra sed finalmente son saciadas solo cuando nos referimos a nuestro Creador como criaturas.
Al fin así podemos sobreponernos al desespero y al miedo en nuestras vidas confiando en la gracia de Dios. La gracia de Dios que es más que el pan diario.
¿No sería disparatado querer prescindir de ello en nuestra vida?
No está registrado en dónde Félix Hoffmann al fin encontró paz.
El Hijo de Dios caminante siempre se habrá acordado de las palabras del salmista, que hablan de que Dios es la fuente de vida que nos espera para darnos alimento, cuando haya llegado el momento. Así sea.
Amén.