Nuestra alabanza/elogio habla de lo que experimentamos

Sermón Domingo de la Trinidad

La Epifanía – Ciudad de Guatemala

30 de mayo de 2021

Pastor Thomas Reppich

San Juan 3, 9-13

Nicodemo replicó: —¿Cómo es posible que esto suceda? 10 —Tú eres maestro de Israel, ¿y no entiendes estas cosas? —respondió Jesús—. 11 Te digo con seguridad y verdad que hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto personalmente, pero vosotros no aceptáis nuestro testimonio. 12 Si os he hablado de las cosas terrenales, y no creéis, ¿entonces cómo vais a creer si os hablo de las celestiales? 13 Nadie ha subido jamás al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre.[2]

Queridos hermanos,

¿Qué pasa con lo que nos dicen otros? 

¿Aceptamos de buena gana lo que nos cuentan? ¿Escuchamos el testimonio de nuestras hermanas y nuestros hermanos en la fe?

Depende…

¿De qué depende?

De que aquello que alguien tiene como testimonio sea comprensible y tal vez incluso verificable… por la tanto bastante apegado a lo terrenal.

Estamos en medio de una pregunta fundamental de nuestro ser: debo de haber experimentado todo o la vida también consiste de una porción de ignorancia, de involucrarse  en algo incierto, confiar en que algo va a pasar, sin poder decir con certeza lo que va a ser.

Queridos hermanos,

El domingo de hoy llamado el domingo de la Trinidad, lleva el nombre de la Trinidad de Dios, así lo dijo alguien alguna vez: el intento de mirar más de cerca las diferentes manifestaciones de Dios. También podemos decir, mirar más de cerca lo visible y lo invisible, así como relacionar entre sí lo experimentado y lo esperado.

Una palabra clave es hoy un punto central: la alabanza, el elogio. También el salmo para hoy, el 113 y las canciones hablan de ello.

Quien alaba siempre tiene una razón para hacerlo. Esta razón siempre son ambas cosas: alabanza por lo experimentado-que ya es y alabanza por lo esperado-que aún no es.

A veces la alabanza dice algo, que es motivo y razón de alegría. Otras veces solo mira más de cerca lo cual no es, pero que parece  imaginable.

Nosotros los padres sabemos cantar una canción de alabanza/elogio. Y es un arte separar cuidadosamente una alabanza/elogio de la otra.

He dejado atrás semanas de exámenes y calificaciones al final del primer semestre del año escolar. Entre la alegría y la frustración por los rendimientos de las alumnas y alumnos tenía que encontrar algo así como “calificaciones justas”. ¿Pero realmente existen? ¿O pasa lo mismo con las calificaciones como con otras cosas en la vida que son una oportunidad para el elogio/alabanza?

Nuestra alabanza/elogio habla de lo que experimentamos. Cuando alabo cuento la historia en la que me encuentro. Hablo de que experimenté algo que hace que mi vida sea valiosa. Comparto mi alegría. Me manifiesto. Una alabanza/elogio cambia algo. Me pongo al lado de mis hijos cuando los elogio. Salgo de mi cascarón. No sigo siendo un observador neutral. Cuando alabo a Dios hablo de que no me debo mi vida a mi mismo. Me pongo del lado de Dios. Me dejo entusiasmar porque él me creó y me bendijo.

Cuando alabamos a Dios con nuestro ser, entonces nuestra alabanza no oculta lo que no está bien en relación con él. En muchos sentidos nuestro mundo no ofrece motivos de alabanza. A veces ocurren cosas en mi vida que me hacen dudar de Dios. A veces Dios también puede tener sus dudas sobre nosotros, sus criaturas.

No infrecuentemente a los padres les pasa algo parecido con sus hijos. Se preguntan: ¿Tenemos en cuenta todo lo necesario, hacemos lo suficiente para preparar a nuestros hijos para un mundo y una vida sin nosotros?

Pero todas las preocupaciones, gracias a Dios, difícilmente pueden disminuir nuestra alegría y nuestro fulgor por nuestros hijos. Ellos son y siguen siendo nuestros hijos. No importa lo que suceda. Aunque eso que ocurra no siempre sea un motivo de elogio.

El elogio ha sido reducido a un reconocimiento por los rendimientos y comportamientos. Originalmente el verbo del antiguo alemán “lobôn” significaba alabar, elogiar, engrandecer, glorificar, enaltecer. De allí surge el término prometer, hacerle una promesa a alguien.

Como padres a diario prometemos aceptar a nuestros hijos con amor y respeto. Así lo logremos siempre o no. Pero como se dice: prometido es prometido. Los hijos pueden confiar en ello.

De manera simbólica nosotros los humanos experimentamos la promesa de Dios: el bautizado es hijo de Dios. El ser hijos de Dios es un regalo para nosotros. Por eso nos podemos alegrar. Podemos confiar y creer en ello.

¡Prometido es prometido!

Amén