
Sermón del 6. Domingo después de Trinidad
La Epifanía – Ciudad de Guatemala
11 de julio de 2021
Pastor Thomas Reppich
San Mateo 28, 16-20
16 Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña que Jesús les había indicado. 17 Cuando lo vieron, lo adoraron; pero algunos dudaban. 18 Jesús se acercó entonces a ellos y les dijo: —Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. 19 Por tanto, id y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 20 enseñándoles a obedecer todo lo que os he mandado. Y os aseguro que estaré con vosotros siempre, hasta el fin del mundo.
Queridos hermanos,
la semana pasada le pedí a los alumnos que dijeran qué es lo que nos hace ser seres humanos.
Algunos describieron al ser humano como un ser social. Otros resaltaron nuestra creatividad, nuestra empatía hacia los demás y nuestra capacidad de pensar. Un alumno dijo que el lenguaje nos hace seres humanos. Mi objeción de que otros animales también se comunican de otras maneras no la aceptaron como válida. No insistí en mi criterio pues se trataba de recolectar la opinión de los estudiantes.
Después de la clase me acordé del libro de Yuval Noah Hararis “Una corta historia de la humanidad”. Y recordé una frase, que subrayé con marcador durante mi lectura y así la encontré rápidamente:
“En otras palabras, nuestro lenguaje nos permite sobre todo difundir chismes y habladurías. El homo sapiens es un animal de rebaño y la cooperación dentro del grupo es determinante para la supervivencia y la procreación.” (Yuval Noah Harari “Una corta historia de la humanidad“, Munich 2015, página 35)
Los científicos llaman a este desarrollo del ser humano la revolución cognitiva. Más adelante en el libro de Harari además dice: “Lo extraordinario es que podemos conversar sobre cosas que no existen.“ (p. 37) – o dicho de una manera más sutil: El lenguaje nos permite hablar sobre cosas que existen en la imaigación de algunos, sin embargo para otros no.
Ahora los sociólogos descubrieron, que los grupos de hasta 150 miembros se mantienen unidos de manera estable a través del chisme y la habladuría. Para grupos más grandes se vuelve difícil.
¿Qué necesitan los grupos de personas, sociedades o incluso una comunidad mundial para mantenerse unidos efectivamente?
“Un gran número de personas que no se conocen puede mantenerse efectivamente unido, si todos creen en mitos comunes.” (p.40) Así dice una última referencia de Yuval Noah Harari, un prestigioso profesor de historia de la Universidad New Hebrew University of Jerusalem.
¿Qué tiene que ver esto con nuestro texto bíblico de hoy? Estoy seguro que esto uno que otro ya se lo preguntó.
No es el hecho de que el texto que es ampliamente conocido como orden de misión, y que en los círculos teológicos ha sido criticado desde hace tiempo, porque no es claro si son las palabras de Jesús o si son palabras de una iglesia constituida que, por así decirlo, puso dichas palabras en boca de Jesús
El efecto que ha tenido esta orden de misión es polémico.
“Id y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que os he mandado. Y os aseguro que estaré con vosotros siempre, hasta el fin del mundo. “
Estas palabras de Jesús – lo son para mí – han obrado profundamente en la historia. En el nombre de Jesús, en su sucesión la gente trajo muchas cosas maravillosas y llenas de bendiciones al mundo. Simultáneamente en su nombre – erróneamente como solo lo podemos enfatizar una y otra vez – han llegado al mundo el odio, la violencia, la guerra y la opresión. Hay gente que abusa hasta hoy la instrucción de Jesús a nosotros para sus propios intereses abismales.
Hasta hoy la orden de misión está rodeada por una especie de mito. Pertenece a esas palabras tradicionales, a aquel lenguaje cristiano, que los seres humanos consideran el fundamento de su existencia. Y en este mito están unidos a otras personas. Nos sentimos, aunque el número de cristianos haya disminuido en los últimos años, si, nos sentimos unidos a aquellos que en otros lugares aquí en Guatemala o en el amplio mundo siguen a este Hijo de Dios peregrino y proclamamos su mensaje y lo vivimos. Nuestra fe es la que nos une.
Entendí algo más a través de mi lectura del libro de Harari “Una corta historia de la humanidad”. Nuestra fe, que algunos catalogan como mito, vive de ser compartida como el chisme y la habladuría.
Buscar y vivir la fe solo en la recámara silenciosa, es un camino equivocado. Nuestra fe vive del intercambio, de preguntas y respuestas, de duda y de esperanza. Finalmente no podemos practicar nuestra fe solo para nosotros. Necesitamos de la comunidad. Y por eso – sobre todo por eso ustedes están aquí esta mañana.
Sin embargo, es asombroso que la fe haya pasado de ser un “mito” que dura toda la vida – vuelvo a utilizar esta paráfrasis – a una actitud personal. Nuestra mudez, para poder hablar sobre nuestra fe, está basada en esto.
Seamos honestos: ¿Qué tan difícil nos es dar testimonio de nuestra fe a nuestros hijos, de lo que creemos en lo más profundo de nuestro ser? ¿Cuándo fue la última vez que lo hicimos?
El lenguaje, así nos lo dicen los sociólogos, es el medio a través del cual los seres humanos creamos nuestra solidaridad y unión. ¿Cómo puede darse esto si no hablamos?
El lenguaje es, y esto lo sabemos hace tiempo, aunque nos hayamos acostumbrado a pasar gran parte del día en silencio, como un vestido que nos ponemos para aparecer ante los demás.
Nunca es solo una mera palabra. Es mito, leyenda y a la vez fe profunda. Con las palabras nos abrazamos y promovemos la unión.
Cuando oremos juntos el “Padre Nuestro”, sentiremos algo de esta unión que existe desde un sinnúmero de generaciones. Y cuando después pidamos por la bendición y la recibamos esta unión será muy intensa porque sentiremos que en otros lugares del mundo esto también sucede.
Al principio fue la palabra, escribe San Juan. También un mito que para nosotros significa mucho más, porque nos dice: Dios habla con nosotros. Directamente o a través de otras personas. Y el mensaje es desde siempre el mismo:
“8 El Señor es clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor. 9 No sostiene para siempre su querella ni guarda rencor eternamente. 10 No nos trata conforme a nuestros pecados ni nos paga según nuestras maldades. 11 Tan grande es su amor por los que le temen como alto es el cielo sobre la tierra.“ Salmo 103,8-11
Amén