Alma y cuerpo sanos

Sermón del 14. Domingo después de Trinidad

La Epifanía – Ciudad de Guatemala

5 de septiembre de 2021

Pastor Thomas Reppich

Que Dios mismo, el Dios de paz, os santifique por completo, y conserve todo vuestro ser —espíritu, alma y cuerpo— irreprochable. 

1. Tesalonicenses 5,23

Queridos hermanos,

Espíritu, alma y cuerpo sanos, eso es lo que más queremos y esperamos en estos momentos.

Desde hace un año y medio vivimos con el Coronavirus. Nos hemos acostumbrado a muchas cosas. Mantenemos la distancia social y evitamos reuniones grandes. Nuestras costumbres para hacer compras las hemos cambiado de tal manera que tendemos a hacerlas cuando los supermercados no están tan llenos. Se ha vuelto tan cotidiano que al entrar en un almacén estiramos nuestras manos para obtener un chorrito de desinfectante al igual que el uso de un tapabocas. A veces nos tenemos que recordar a nosotros mismos, que podemos quitárnoslo. Cuantas veces no he seguido  un rato con mi tapabocas puesto dentro de mis propias cuatro paredes, antes de darme cuenta que todavía lo llevo puesto. A veces me lo tienen que recordar.

Durante todos esos meses la mayoría de nosotros pudimos estar agradecidos de no habernos contagiado – y en caso de que lo fuimos, que el proceso de la enfermedad más bien se desarrolló de manera moderada. Algunos, sin embargo, se han visto más afectados. Otros incluso murieron. Muchos de nosotros conocemos a alguien que murió de Covid.

Con alivio pudimos percibir que la campaña de vacunación también avanza en Guatemala, aunque lentamente y con un retraso más significativo que en otros países. Hace poco me pregunté si pronto vamos a poder cantar nuevamente en nuestro culto. Estoy deseando que llegue ese día. 

Ahora fuimos echados para atrás, aunque todo así lo indicaba. Nuevamente nos sentimos inseguros. Conocemos otras enfermedades graves y sus desenlaces. Rara vez se presentan en nuestras familias. No obstante la pandemia nos rodea de una forma más completa. Aunque todo parece estar como hace una semana, sentimos que con el anuncio del estado de calamidad, algo cambió en nosotros. Un sistema de alarma temprana vuelve a hacerse presente de manera más fuerte. Repentinamente volvemos a estar atentos a pequeñeces con las que habíamos sido un poco descuidados.

Todos queremos sobrevivir ilesos a la siguiente fase de la pandemia.  Ahora sabemos más que al principio sobre las restricciones permanentes y las consecuencias para la mente, el cuerpo y el alma.

En tiempos difíciles o incluso malos para nosotros, el propio cielo se cierra. Se oscurece. A veces es imposible reconocer algo. Olvidamos rápidamente en momentos así en la vida – seremos perdonados – que nuestra vida es mas que todo lo que nos está causando preocupación y nos oprime. 

Quien en general puede ver con agradecimiento su vida, vive más feliz y más satisfecho. También a él lo asalta a veces la preocupación. Pero en medio de ella, sus pensamientos se elevan y encuentran una escapatoria.

Así es en estos días en los que llueve por horas enteras, en las que el cielo se pone cada vez más oscuro y nosotros al final casi no podemos ver la casa de enfrente por la niebla. A menudo me doy cuenta que con mis pensamientos huyo de ese gris sobre gris. Me imagino la siguiente mañana y tengo la esperanza de que el sol se va a mostrar nuevamente así sea por corto tiempo.

Ese sol que regresa una y otra vez, esos maravillosos momentos en donde sus calurosos rayos invaden nuestro cuerpo, me hacen sentirme más relajado. Y me digo: detrás de cada oscuridad de la vida, la luz nos espera. Dios mismo es quien nos regala protección. Si vuelvo a pensar en ello, me doy cuenta, cómo mi mente se torna más feliz, mi cuerpo ya no está tan pesado y poco hábil y mi alma se eleva por encima de mi.

Cuando la preocupación y la pesadez asociada con ella desaparecen, como antes la escarcha en las praderas, cuando se forman las primeras gotas y luego se vuelve a reconocer el verde exorbitante, entonces mi mente se aligera. 

¿Por qué no andar el camino al revés? ¿Por qué esperar a que las circunstancias cambien? ¿Por qué no pararse, en sentido figurado, en el sol en pensamientos y en oración?

Alaba alma mía al Señor, me vuelvo a decir de nuevo. Si, alábalo y no olvides todo lo bueno que te ha hecho.

¡Amén!