Indigo danzante III

Tanzendes Indigo

Le pareció
Como si lo rodeara una nube del rojo atardecer
Una sensación celestial impregnaba su interior
Con lujuria intima pensamientos incontables
Aspiraban a mezclarse dentro de él;
Surgieron nuevas imágenes nunca antes vistas
y también confluyeron
Y se tornaron en seres alrededor de él
Y cada oleada del 
Dulce elemento se apretaba
Como un seno delicado a él.
 Novalis – Heinrich von Ofterdingen

Rojo. Mi primer pensamiento al día siguiente. Ante mi ojo interior veo la bola rojo fuego de la noche anterior, como se empuja lentamente hacia abajo detrás de los esqueletos de los árboles calvos. Olor a lavanda envuelve mi cuerpo agradablemente y me hace aspirar profundamente. El calor confortable, que me acompaña desde el baño de anoche, aun está conmigo. Estoy relajada. Por qué levantarme. Hoy no tengo ningún compromiso. El tiempo está detenido. Un salto fuera del tiempo. Eso es lo que me atrae más que todo. Salir a un blanco luminoso. Poco a poco meter la mano en el bote de pintura del ser y pintar un cuadro maravilloso. Dejarse llevar, sin figuración alguna. Ningún  Tiene que ser. Algo se contrae dentro de mi. La negación atrae el negro. Un acompañante desagradable se acerca inadvertido. De pronto me da frío. Una piel de gallina se esparce por todo mi cuerpo. Yo me sacudo. Ese negro sin vida no debe tener ninguna oportunidad de pegarse a mi. Muy tarde. Mi cabeza está llena de recuerdo negro. No tardará en halarme hasta el fondo. En mi desespero me levanto de un salto. Voy rápidamente al baño y abro la llave de agua fría. Llena de pánico. Tal vez el choque de agua fría me saque de todo esto. Frida, oigo gritar a alguien detrás de mi. Me volteo. Alwine me mira estupefacta. ¿Qué te pasa?  Tus gritos se escucharon hasta la sala de enfermeras. ¿Por qué estás todavía aquí? ¿No deberías estar ya de descanso? Asumí el turno de una compañera enferma. Sin pudor me acerco a ella. Deseo sentir su calor, así de desnuda como me siento en este momento. Alwine lo permite. Siento su cuerpo cálido. ¿Cómo puede un ser tan delgado tener tanto fuego dentro de si? Veo rojo. Todo mi cuerpo comienza a hormiguear. La lujuria se apodera de mi. Me alejo de ella. ¿Qué se supone que es eso? Frida, fuiste tu. Yo interrumpo. Lo sé, digo de manera suave. Gracias. Me acabas de ayudar a aclarar esa oscuridad aterradora. Por un momento pensé que mi carne se estaba pudriendo. Que todo lo claro en mi era solo imaginación. Que hace tiempo la muerte se había apoderado de mi. Los pezones de Alwine se dibujan debajo de su bata húmeda. Quiero tocarla, mecer su seno pequeño y delgado en mis manos. Quiero acariciarla hasta que el fuego se apodere de mi y encienda todo en mi.  Avergonzada me alejo de ella. Alwine me alcanza la toalla. Sécate primero. Ya te traigo una taza de buen te de nuestra mezcla especial y entonces puedes contarme lo que te acongoja. Excitada la sigo con la mirada anhelante. Alwine me alcanza una taza con el contenido humeante. Lo mejor de nuestra bruja hierbatera. No quiero saber qué estoy tomando. Confío en ella. ¿Quieres dejarme entrar en tu oscuridad? Titubeante alzo la mirada. ¡Negro! ¿Negro? Esta mañana desperté envuelta en un abrigo rojo lleno de calor. Me sentí feliz como hace mucho no lo había sentido. Todo parecía posible. Hasta. ¿Hasta? Que el negro desagradable nuevamente se apoderó de mi. ¿Y tus gritos? Dolor. Una herida gigante y abierta. ¡Toma otro sorbo! Sigo las instrucciones. La garganta arde. Pienso que por los gritos. Grité. De eso no me acuerdo. Olvida por un momento lo que tu cabeza quiere decirte. Siente tu cuerpo. Todavía tengo frío. ¿Hay algún impulso en ti? Quiero huir. ¡Cierra tus ojos! Los cierro. ¡Ahora imagínate como juntas todas tus fuerzas y huyes! No puedo. ¿No puedes? Mis piernas son pesadas como plomo. ¡Da el primer paso! No es posible. Tu lo lograrás. ¡Confía en tus fuerzas! Con dificultad pongo un pie delante del otro. Perplejidad. Con cada paso es más fácil. Finalmente corro. Corro tan rápidamente como puedo. Mi corazón late fuerte. ¿En donde estás? En la luz. Permanece así hasta que, lo que acabas de experimentar, lo hayas guardado en tu cajita de tesoros. No tengo ninguna cajita de tesoros, respondo bruscamente. Entonces ya es hora que obtengas una. ¿La señora doctora no te dio ninguna? Ella normalmente lo hace en la primera sesión con sus pacientes. Yo niego con la cabeza. Soy paciente. Puedo escucharlo sin seguirme sintiendo agredida. La presencia de Alwine contribuye a ello. Me da la sensación de seguridad. Puedo ser como soy. Un ser de luz preso en la oscuridad.