Indigo danzante XXII

Tanzendes Indigo

Salgo al jardín con un caminar tambaleante y respirando superficialmente. Los árboles calvos barridos por el viento tienen algo triste. Las hojas están caídas a los pies de esqueletos calvos. Me atrae la aparente fugacidad. Me agacho y la tomo en mis manos. El verde fresco de la primavera cedió el paso al café grisoso pálido. Se puede sentir un sistema de suministro de venas finas. La hoja casi seca cede ante la presión descuidada de dedo pulgar y dedo índice y se quiebra. En la circulación de las estaciones los árboles han dejado atrás algo de si, para mantener la fuerza para el próximo ciclo. Varias veces he deseado, meterme en la piel de estos gigantes silenciosos, para reírme sobre el tiempo y el pasar del tiempo y practicar el soltar. ¿Oye, que haces aquí en mi jardín? Una voz chillona me asusta. Yo… ¡Abandona inmediatamente mi jardín y no toques nada! Me doy la vuelta y veo a una persona pequeña envuelta en un abrigo de cuero que alcanza hasta el piso. Sacudo la cabeza. ¿Qué quiere? ¿Eres sorda, pequeña? Es suficiente, vieja bruja. Ten cuidado de que no te cuelgue de la rama partida más próxima. Y volverse además impertinente. ¡Cálmate! ¿Tienes algo de comer para mi? Tengo hambre. ¿Acaso me veo como una estación caritativa ambulante? Si perteneces aquí igual que yo, entonces conoces las horas de las comidas y no tienes por qué hablares a los pasantes. Y si no entonces es tiempo de buscar lo lejano. Mirada irritada. Frente se frunce. ¿De qué estación te escapaste? No sabía que también albergamos vejestorios como tu. Mirada de pánico. Hombros que se caen. Un cuerpo que se voltea con dificultad y está listo para irse. ¡Alto! No quise ser tan descortés. Pero tu manera… La persona vuelve a voltearse hacia mi. Una mirada atemporal salta hacía mi desde un laberinto de arrugas. Hago una pausa. ¡Perdóname! No sabía… ¿Qué? Que tu estás en mi jardín. Es bonito. Incluso en esta época del año. Su mirada se aclara. ¿Cómo te llamas pequeña? Frida. Así que Frida. ¿Frida como la Kahlo? No del todo. Me llamo Frida Carlo. Es lo que digo. Me guiña un ojo. ¿Y tu? Yo soy Erna. ¿Y de qué estación eres tu? ¿Estación, que quieres decir? ¿En dónde vives? La mujer vieja piensa. Se voltea como buscando algo. Luego señala en dirección de la puerta del jardín. Allá atrás. ¿Te acompaño a tu casa? ¿Conoces el camino? La miro perpleja y contraigo los hombros. ¡Pero tu lo conoces! ¿Tu qué piensas? Mi cabeza aún está bien. La mayoría de veces. Meto la mano en el bolsillo de la chaqueta y busco un caramelo. Sin dudar se lo alcanzo. Rico. Saben a infancia. Algo de azúcar en el sartén. Hierba de remolacha también funciona. ¡¡Mmmmh!! Eran tiempos difíciles entonces. No teníamos mucho que manducar. Papá estaba en la guerra y nunca regresó. Mamá estaba triste y completamente agobiada con nosotros sus hijos. Yo era la mayor. ¿La mayor de? De cinco. Seguro había mucho que hacer. Te lo digo yo. Nunca era aburrido. No había mucho que celebrar, pero si había algo, entonces con ganas. La mujer vieja da un paso esquivo. Primero pienso que es un descuido. Me apuro hacia su lado y siento como la fuerza se sale de su cuerpo. Se cae al suelo. ¡Erna! ¿Qué te pasa? Aturdida me da la mano. La ayudo a levantarse. ¡Vamos para mi casa! Acompañada de un buen sorbo te voy a contar todo. Si tienes tiempo, se entiende. Te voy a acompañar. Un olor mohoso sale a nuestro encuentro cuando ella abre la puerta de su casa. Por un momento me detengo, trato de distraerme y dejo que mis ojos vaguen. El desorden roba el aliento. Montañas de ropa, botellas vacías y un sinnúmero de envolturas están esparcidas por el suelo. Estaba haciendo orden cuando se me ocurrió, pues si, ir a ver mi jardín. La mujer vieja empuja una botella con su pie derecho hacia un lado. Como puede una persona caer tan bajo, me pregunto. ¡No te preocupes! Los tiempos en los que se podía comer del piso en mi casa, parece que ya paron. Se ríe. Yo respondo cansada con una sonrisa. ¿Que tal un té fuerte y un sorbo robusto? Té, te acompaño. Pero sin el robusto. Como usted desee mi dama. ¡Toma asiento en alguna parte! Miro a mi alrededor. La basura está en todas partes. No tan tímida. ¡Tira todo al suelo y ponte cómoda! Lo que escucho entonces hace que olvide todo a mi alrededor. Vacilante bebo a sorbitos el té caliente. El pasado me alcanza una y otra vez. ¿Quieres decir? Está colgado en nuestras ropas hasta el final de nuestros días. Por eso aquí está todo en el piso. También mi posibilidad de eliminación de basuras. Quisiera poderme reír contigo sobre eso. Cada una de nosotras ha vivido situaciones de las que mejor no se acuerda. Y si, realmente no se pueden dejar atrás. Eso es lo que digo. Tu no quieres escucharme. ¿Qué quieres tu aquí ahora? ¡Desaparécete! Puedes ver que estoy conversando. Ya me fui. Sólo quise comprobarlo solo una vez más. La mujer vieja no se enteró de nada. Está concentrada en si misma. Mira fijamente y no para de hablar. Tuve que tener unos catorce años. Se celebraba algún cumpleaños. No me acuerdo muy bien. En vez de eso algo muy diferente permaneció inolvidable para mi. Ella hace una pausa. Le da hipo. Sus manos tiemblan. Aún hoy me afecta de solo pensar en ello. Ya eran después de las doce cuando mi mamá me mandó a la cama de últimas de nosotros niños. Apenas me había acostado en la cama cuando la puerta se abrió y una figura entró a mi habitación. Reconocí inmediatamente a mi padrino. Primero fingió querer ver como estoy. Quería desearme personalmente las buenas noches, dijo. Lo que sucedió luego, pasó tan rápido que después, cuando estaba temblando en mi cama sintiendo asco, vergüenza y teniendo que luchar contra las náuseas, todavía no podía decir qué había ocurrido. Solo mucho tiempo después pude concientizar que mi hasta ese día amado tío había abusado de mi. Negro. Rojo. ¿Pequeña, qué te pasa? No quería agobiarte. Mejor no hubiera empezado con eso. Hasta hoy había funcionado de alguna manera, sin revelarlo a nadie. ¿Erna, puedo decirte Erna? Seguro. Es peculiar, que nos hayamos encontrado en el camino. Y apenas nos conocemos, nos encontramos con el abismo de la otra. ¿Qué quieres decir? Solo acabo de decir de mi. Perdona, debí cerrar mi bocota. No, está bien. Solo. ¿Solo qué? Me pasó lo mismo. ¿Tu también? Si. Nos miramos en silencio. Un extraño lazo nos une. Dos personas que en el fondo se desconocen. Ella estira su huesuda mano hacia mi. Yo la tomo y la sostengo. Cuando una noche mi esposo demandó los deberes conyugales y se volvió agresivo, lo eché fuera sin vacilar. Desde ese momento nadie me volvió a tocar. El miedo era demasiado grande. A mi no me pasa de otra manera. ¿Quién fue en tu caso? No lo puedo decir. Creí por mucho tiempo que había sido mi padre. No me puedo acordar bien. Tal vez es mejor así. A mi tampoco me ayudó saber quien fue. Aún hoy me siento manchada. Como si ese canalla se hubiera eternizado en mi. Rojo. Con solo pensarlo me dan náuseas. Me levanto de un salto. ¡Frida! Déjame. Solo tengo que moverme. Grito. Gesticulo con los brazos como salvaje. La mujer vieja me imita. Sin fuerzas nos dejamos caer ambas sobre el sofá. Eso hizo bien. Las mejillas de la mujer vieja están encendidas. ¿Por qué no se me ocurrió antes la idea de dejar salir todo? Para tu edad aún estás en buena forma, trato de bromear. ¿Crees que una bolsa de boxeo sería algo para mi? ¿Por qué no? También he pensado en eso. Y entonces le damos fuertemente en la jeta a esos canallas. Nada mejor que eso. ¿Quieres algo más de té? Hoy no más. Me quiero poner en camino de regreso. Todavía no llevo mucho tiempo en la institución y no quiero perderme en la oscuridad. ¿Vas a volver? Prometido. Hasta pronto. ¡Cuida bien de mi jardín! Hecho. ¡Y acuérdate de la bolsa de boxeo! Y guantes. Me voy a ocupar de ello mañana mismo.