Indigo danzante II,3

Tanzendes Indigo
„Las historias y publicaciones antiguas
son ahora las únicas fuentes de las que podemos obtener
conocimiento del mundo sobrenatural,
según lo necesitemos.“
Novalis – Heinrich von Ofterdingen

 

Entonces empecemos. Me temo que tienes que comenzar desde el inicio. Solo recuerdo vagamente nuestro último encuentro. Mi edad. Tu ya sabes. Desearía haber alcanzado ya tu edad. No digas eso. Todavía tienes algo de recorrido por delante. Qué daría por poder dejar atrás el pasado. Eso no se oye bien. Tomo un sorbo. El chocolate caliente me hace bien. La mirada suave de la anciana reposa sobre mi. Por dónde comienzo? Tal vez resumo todo en forma de telegrama. Recuerdos difusos de violencia, violencia física. Me sumieron en el abismo. No obstante no puedo decir con certeza, en qué consistieron realmente. Debió de ser en mi temprana infancia. O algo más tarde. En aquel tiempo cuando una mañana vi unas ligeras protuberancias delante del espejo. El horror siempre venía de noche hacia mi. Quién fue? Eso tampoco lo puedo decir con exactitud. Un hombre. Un hombre? Si. Un tío o un conocido de mis padres? No lo sé. O tu padre? Qué te hace pensar eso? El rostro de la anciana se ensombrece. Negro. No te sientes bien? Dejo de hablar? No, sigue adelante. Todos los recuerdos de mi parte. Me va igual que a ti. No siempre los puedo dejar detrás de mi. Primero olvido por qué fui a la cocina. Regreso aquí a la sala y busco una respuesta. Casi siempre en vano. Pero el pasado, si, es y permanece siendo lo que alguna vez fue. Espantoso y aterrador a la vez, aún después de tantos años. Me das valor. Puede ser diferente. Para mi ya no, pero para ti. Lo crees? Con toda seguridad. Blanco. Sus palabras me deslumbran. Ese hombre te hirió. Me hirió? Reflexiono. Tienes razón, me hirió muy hondamente dentro de mi. Rojo oscuro profundo. Nunca pude mostrar hacia afuera lo que había ocurrido. Nadie me creyó. Lo atribuyeron a mi sana fantasía. Eso solo lo imaginas. Cuántas veces escuche esa frase de mi madre. Cada vez que la decía, hubiera podido ahorcarla. Me quedó un profundo dolor. Una herida que, con solo pensar en entonces, puede abrirse. Rojo. Me retuerzo. Sigue hablando! Espera! Deposito el pocillo en la mesa. Mis manos van de manera protectora hacia mi entrepierna. Aquí estás a salvo. Respiro. Crees que mejore si finalmente puedo decir quién era ese hombre? La anciana niega con la cabeza.  Probablemente no haga diferencia. O si? Tal vez tu ira, tu odio necesiten un destinatario. Y si si fue tu padre? Siento dentro de mi. Vagamente lo he evaluado algunas veces. Pero nunca lo terminé de pensar. Para él hubiera sido lo más de fácil. El siempre estaba allí. Podía ir y venir como quisiera. Incluso en medio de la noche. Negro. Rojo. Mi bajo vientre comienza a contraerse. Un dolor indomable me invade. Una cuchilla afilada destripa mi interior. Rojo. Rojo. Rojo. Algo gotea fuera de mi. Mi vida. Está acabando? Ahora? Aquí? El mundo a mi alrededor se despide. Abro los ojos de par en par. No quiero. Ahora no! Todavía no! Frida! En dónde estoy? Soy yo, Erna. Erna? Lentamente vuelvo en si. Te fuiste. Pensé… De repente me sentí mal. Las manos de Erna sostienen mi cabeza. Está acurrucada a mi lado. Qué hago aquí en el piso? Te derrumbaste. No te pude apoyar tan rápido. Date un momento para fortalecerte. Voy a traerte un paño húmedo. Detrás de un muro de vidrio lechoso, veo como Erna se distancia arrastrando los pies. El fresco es agradable. Sostengo la mano derecha de Erna, la cual está temblando posada sobre mi frente. Gracias. Estoy contenta de estar aquí. Puedes quedarte todo el tiempo que quieras. De verdad? De verdad. Tal vez sea mejor. Bailamos? Bailar. Miro a Erna de manera interrogante. Bailar. Tu sabes lo que es eso? Claro que lo sé. Sacudo mi cabeza. Todavía hay poder en la vieja caja de traqueteo. Cuidado! No me lo tomes a mal.  No me refiero a algo malo. Erna se ríe. Conque si. Ven mi pequeña, pongamos un disco. Dixie, Rock’n Roll o baladas. Baladas respondo sin haberlo pensado. Mamá escuchó baladas con frecuencia. En su radio de transistor que estaba encima de la repisa de la ventana. Lo tenía prendido casi todo el día. Erna pone un disco viejo y polvoriento. De tantos rayones al principio no se escucha casi nada. El texto y la melodía no me son del todo desconocidos. Y sin embargo ambos representan una reliquia de un tiempo olvidado hace rato. Veo ante mi a mi madre con una pequeña jeringa de agua. Se mueve al compás. Jolari, jolari, jolaro! Ven! Erna me extiende sus brazos nervosos. Sus manos están heladas. Pero sus mejillas arden. Ven! Giramos en círculos. Gritamos Jolari, jolari, jolaro!  Puntos de luz color azul profundo circulan al rededor de nosotras como polillas. Indigo. Extenuadas nos dejamos caer en nuestros sillones. Cuantas veces puse este disco. Se podía oír. Mientras tanto pensé que la canción se perdería en una secuencia de tonos iguales sin fin. Si, como en la vida real y entonces. Y si un chico malo hace algo impertinente, traigo mi cactus y ese pica, pica, pica (en alemán es una rima). Sabes, anteriormente tuve siempre una colección de cactus sobre una pequeña mesa al lado de mi cama. Contra visitas indeseadas. Otra vez. Sigamos bailando! Jolari, jolari, jolaro! Me despierto en la noche. El Jolari, jolari, jolaro! sigue dando vueltas en mi cabeza. Me siento bien, como hace tiempo no me sentía. Ven! Ven! Ya no tengo miedo de ti. Ya lo verás. Jolari, jolari, jolaro! Al final incluso el negro más profundo puede transformarse. Ya no te necesito. Jolari, jolari, jolaro!