Ezequiel
2,1 Esa voz me dijo: «Hijo de hombre, ponte en pie, que voy a hablarte.» 2 Mientras me hablaba, el Espíritu entró en mí, hizo que me pusiera de pie, y pude oír al que me hablaba. 3 Me dijo: «Hijo de hombre, te voy a enviar a los israelitas. Es una nación rebelde que se ha sublevado contra mí. Ellos y sus antepasados se han rebelado contra mí hasta el día de hoy. 4 Te estoy enviando a un pueblo obstinado y terco, al que deberás advertirle: “Así dice el Señor omnipotente.” 5 Tal vez te escuchen, tal vez no, pues son un pueblo rebelde; pero al menos sabrán que entre ellos hay un profeta. 6 Tú, hijo de hombre, no tengas miedo de ellos ni de sus palabras, por más que estés en medio de cardos y espinas, y vivas rodeado de escorpiones. No temas por lo que digan, ni te sientas atemorizado, porque son un pueblo obstinado. 7 Tal vez te escuchen, tal vez no, pues son un pueblo rebelde; pero tú les proclamarás mis palabras. 8 Tú, hijo de hombre, atiende bien a lo que te voy a decir, y no seas rebelde como ellos. Abre tu boca y come lo que te voy a dar.» 9 Entonces miré, y vi que una mano con un rollo escrito se extendía hacia mí. 10 La mano abrió ante mis ojos el rollo, el cual estaba escrito por ambos lados, y contenía lamentos, gemidos y amenazas.
3,1 Y me dijo: «Hijo de hombre, cómete este rollo escrito, y luego ve a hablarles a los israelitas.» 2 Yo abrí la boca y él hizo que me comiera el rollo. 3 Luego me dijo: «Hijo de hombre, cómete el rollo que te estoy dando hasta que te sacies.» Y yo me lo comí, y era tan dulce como la miel.
Queridos hermanos,
Probablemente forma parte de la función de un profeta, decir lo que hay que decir. Incluso entonces cuando lo que dice es incómodo para los que escuchan. Ezequiel tiene, como otros profetas, sobre todo una misión: debe guiar a las personas que se han perdido del camino, para regresar al camino de Dios.
En aquella época como ahora vivimos tiempos en los que la gente se interpone en los radios de la rueda de la historia.
Se necesita de gente que grite “¡Basta!”
Gente que detenga lo irremediable.
Gente que impulsada por el Reino de Dios aquí en la Tierra, no desfallezca en alzar su voz, contra condiciones existentes, contra situaciones adversas que claman al cielo, contra injusticias manifiestas, contra cualquier forma de violencia, contra la guerra… y tantas cosas mas.
Hace unos días hubo en la televisión una película destacable. Con sólo leer el título “Porque me perteneces” se puede presentir que se trata de algo malo. La foto en la nota sobre la película muestra a una familia feliz. Muestra a una Annie sonriente enmarcada por sus padres también sonrientes. Muy pronto se da uno cuenta que esa foto data de buenos tiempos anteriores cuando todo iba por buen camino. Hasta que el idilio se rompe, los padres se separan y Annie va a parar entre dos frentes. Cuando la madre comienza a alienar al padre sistemáticamente frente a la hija, Annie se opone vehementemente. Ella cree en su padre amoroso. “Papá viene en un rato” le explica a la madre. Ella sigue el juego y apoya a Annie aunque sabe hace tiempo que él no puede venir porque ella canceló la reunión con la hija por razones endebles.
Los hijos, esto lo puedo decir por mi propia experiencia llena de dolor, en algún momento se tienen que decidir. Solo resisten a ese juego pérfido por corto tiempo. Generalmente se agarran al que esté presente, incluso cuando, como en el caso descrito de la madre, la elección es equivocada. La madre sigue manipulando de manera sutil hasta que la hija cree en la imagen que la madre le muestra de su padre y en consecuencia rechaza cualquier contacto con él. Un día Annie le va a escribir una carta a su padre. Le va a preguntar qué mas debe hacer ella para que él no le siga enviando cartas ni paquetes y por qué no puede comprender que ella no lo quiere ver más. “Te odio. No te quiero volver a ver nunca más. Lo mejor sería que estuvieras muerto,” le va escribir de manera fría y clara.
Una y otra vez pensé: “Eso no puede ser.” Hubiera querido interferir en la acción o por lo menos hubiera querido gritar “¡Basta!”.
La película termina en que el juez obliga a los padres a volver a contactarse y le devuelve al padre los derechos de visita. Annie, quien poco tiempo después es llevada por la madre a donde el padre, no quiere ese contacto. Ella está de pie en la casa del padre y pregunta si puede ir a su habitación. Finalmente solo está allí para que la mamá no tenga problemas con el juzgado.
En la escena final se ve a la hija como se sienta en su vieja cama y mira por toda la habitación. Sobre el escritorio están las viejas cartas que fueron devueltas sin ser leídas. Se puede intuir que ella aspira el pasado a través de su mirada.
Yo le hubiera deseado a Annie que hubiera tenido el valor de abrir las cartas para leer una tras la otra para acogerlas o incluso para comerlas como en Ezequiel. Y entonces todo puede volver a estar bien. Y las palabras van a ser dulces dentro de ella como la más deliciosa miel, bálsamo para su alma.
Hay tiempos en los que las cosas se retuercen de tal forma que nosotros debemos poner términos para nosotros y para los demás. La vida no nos va a proteger nunca de confusiones y desorientaciones. Pero siempre existe un momento en el que el aguantar callado y el silencio deben ser traspasados.
Ezequiel encuentra una descripción maravillosa para esta transformación: el espíritu en el rollo escrito se convierte en el aliento de vida y refresca el espíritu y el alma. “Tu palabra es una lámpara a mis pies; es una luz en mi sendero”, proclama el salmista (Salmo 119, 105)
Cuando hablamos de la buena nueva de la Biblia, sobre todo declaramos que: en ella se encuentra algo que algunos llaman la fuente de vida, orientación en el manejo de preguntas que nos hace la vida. Y siempre es un mensaje que nos pone en pie, como Ezequiel mismo lo pudo experimentar. Palabras que nos proporcionan los fundamentos y lazos necesarios.
La mística Mechthild de Magdeburg dijo alguna vez: “Dios es la luz y yo soy el candelabro:”
Convirtamonos en sus candelabros cuando la oscuridad nos rodee. Llevemos la luz a los momentos llenos de enredos, desprecio, resentimiento y odio.
Que Dios brille en nosotros e ilumine el mundo a través de nosotros.
Amén
Nahbollenbach 16.02.2020