Vanidades IV

Él reprimió el impulso de contradecirle.

“Nunca hubiera creído que fueras capaz de algo así. No eres mejor que todos los demás.”

Ella tomó el vaso y lo lanzó hacia él. Él apartó la cabeza hacia un lado.

“Mira lo que me llevas a hacer. ¿Comprendes ahora lo mucho que me heriste?”

“Eso nunca lo puse en tela de juicio.”

“Desee tanto que me dieras una señal de tu arrepentimiento. En ese entonces tal vez te hubiera perdonado.”

“¿Y hoy es muy tarde?”

“No distraigas. Dime por qué no te arrepentiste nunca.”

“Lo hice. Pero tu estabas obsesionada con la idea de que siempre te sería infiel.”

“¿Eso te sorprende? Todos me comprendieron. Solo tu no.”

“Eso es una suposición. Yo te entendí. Me disculpé por mi mal comportamiento.”

“¿Una disculpa y el mundo está bien otra vez? ¿Seriamente esperaste eso de mi? ¿Sabes cómo me sentí? Abandonada y engañada.”

“Nunca estuviste lista para un verdadero nuevo comienzo.”

“¿Tu?”

Él se levantó, fue hacia la puerta de la terraza y miró al jardín. Una pareja de pájaros jugaba saltando por encima del prado.“

El cielo lo recibió con un azul sin nubes. Trasnochado continuó su viaje. La perspectiva de que en la noche estaría en la costa le ayudó a avanzar. Sin pensar en nada cerró los ojos, miró hacia afuera al mar gris brillante. En el último momento percibió la sombra de una autostopista que dio un salto sobre la vía. Alcanzó a frenar a tiempo.

“Siempre lo hace así?”, le gritó por la ventana abierta.

“A veces. Pero siempre tengo la situación bajo control.”

“Como diga. ¿Asumo que quiere que la lleven?”

“Usted entiende pronto. Quiero ir al mar. ¿Usted no va hacia allá de casualidad?”

“De pura casualidad si. ¡Súbase ya!”

“¿Tiene afán? ¿Está huyendo?”

“¿Me veo así?”

Ella dejó su pregunta sin contestar, siguió a la invitación del movimiento de su mano, lanzó el morral hacia la silla de atrás y se sentó al lado de él.

“Gracias. Estoy contenta que después de la última noche infructuosa ya no tenga que esperar más. Hizo bastante frío. Miriam, por cierto me llamo Miriam.”

“¿Terminaste?”

“¿Terminar? Ni siquiera he comenzado.”

“¡Entonces llega al punto de tus comentarios por favor! Tuve un día agotador y quiero irme a la cama pronto.”

“Conque si, el caballero está cansado. Tuvo un día agotador, el pobre.”

“De verdad estoy agotado.”

“¿Agotado? Alguien mire eso. ¿Te puedo ayudar de alguna manera? ¿Tal vez con un masaje? Como en los viejos tiempos cuando todavía anhelabas mis manos. Probablemente ahora son muy viejas y desgarbadas para ti.”

“¡Por favor llega al punto!”

“Es lo que hago. Quiero entender por qué me fuiste infiel aquella noche. ¿Qué tenía ella que yo no tengo?”

“¡Zarah! ¡Por favor! ¿A qué viene todo esto? Así no lograremos nada con nuestra conversación.”

“Cuando nombro los hechos, sacas la macana mortal y declaras que la conversación ha terminado. Solo porque no transcurre de la manera en que a ti te gustaría.”

“No se trata de lo que a mi me gustaría. ¿Quieres saber por qué yo…?”

“Si, por qué te comportaste como un cerdo malo. En ese entonces te hubiera podido matar. Ya estaba en busca de un revólver.”

“¿No te das cuenta del giro grotesco que da nuestra conversación cada vez más? Todos los que pudieran escucharnos podrían pensar que estamos locos.”

“Pero no todas.”

“Deja la minucia.”

“Nosotras las mujeres entonces estamos locas porque les decimos lo que pensamos, porque no queremos simplemente seguir así.”

“Lo siento, pero ya no puedo escuchar lo herida que estás. ¿Eso te hace más feliz enfatizarlo una y otra vez?”

“Es un dolor real. Tengo una presión en el pecho cuando pienso en ello.”

“Entonces piensa en algo diferente.”

“Típico hombre, no tienen ni idea de lo que pasa en una mujer.”

“Se me olvidaba, ustedes son las únicas que conocen el verdadero dolor.”

“Oh, mi pobre mimosa tiene ayayay.”

Resignado el sacude la cabeza.

“Voy a fumar. ¿Me acompañas?”

“Qué ignorante eres. Hace años que no fumo. ¿Qué tan exactamente notas lo que hago?”

El abrió la puerta de la terraza y salió. Desde afuera podía ver cómo ella le hablaba sin parar apretando los puños. Minutos más tarde él volvió a entrar en la casa. Ella había desaparecido.

“Me llamo Clemens. ¡Dejemos lo del usted!”

Ella lo miró de manera interrogativa. Él sostuvo su mirada.

“¿Qué escondiste en el baúl del carro? ¿Bolsas con dinero o un cadáver?”

Él se rió. 

“Ni lo uno ni lo otro. Me fui atropelladamente de mi casa. Ni siquiera hice una maleta con lo más necesario.”

“¿Fastidio en casa?”

“¿Fastidio? Es una manera un poco subestimada de decirlo. A duras penas pude escapar de la granizada de granadas que me lanzó mi esposa.”

“Pero no esperas que me de lástima. Eso no es lo mío. Si los hombres se quejan o se lamentan, algo está podrido.”

“¡Cuidado! O quieres volver a bajarte de inmediato?”

“¿Siempre explotas tan fácilmente?”

Él negó con la cabeza.

“No. A veces si, como hoy. Simplemente fue demasiado. ¿Eres rencorosa?”

“No entiendo muy bien. ¿Qué quieres saber?”

“Pues, si para ti también es tan difícil perdonar los errores?”

“Depende. ¿Qué hiciste?”

“Hace muchos años fui infiel una vez. Eso ella nunca me lo perdonó.”

“De cierta manera puedo entenderla. Eso es muy duro cuando el propio esposo de pronto tiene otra.”

“Yo no tuve otra. Fue por una noche. Nada más.”

“¿Eso fue todo?”

“Puedes entenderme?”